jueves, 18 de marzo de 2010
Un político muy extraño
El ser humano es extraño. Cuánto más nos lo planteamos y más intentamos reflexionar en torno a él, más extraño nos parece. El grado de rareza podría equipararse, casi, al de la política, que nació como medio de organización social y a lo largo de la historia ha provocado desigualdades, conflictos e, incluso, dramas. Por lo tanto, haciendo una suma, el político es la cosa más inexplicable que conozco.
Basémonos en los ejemplos, que tenemos muchos. Nos encontramos con líderes del PP que apuestan por la privatización de estructuras públicas como pueden ser el transporte, la sanidad o la educación pero que luego se ofenden cuando alguien insinúa que su partido se sitúa a la extrema derecha. O tenemos también el caso de Berlusconi, para el que su vida amorosa y sexual (como buen italiano) ocupa el primer eslabón en su lista de prioridades. Entonces, claro, se puede entender que Il Cavaliere deba elegir entre hacerse un lifting o asistir al foro de la ONU. Creo que todos recordamos lo que Papá Silvio eligió en su día.
Al otro lado del Atlántico tenemos a Hugo Cháez, que parece abrumarle tanto como a mí el gusto que profesa la burguesía venezolana para decorar sus casas y elegir sus vestidos, y por eso promueva lo que él denomina "socialismo del siglo XXI". Sin embargo, no le está saliendo bien: más que nada porque desde que llegase al poder en 1999 a esta parte, los posados en "Hola" de sus súbditos mejor posicionados no han cesado pero lo que sí mengua, y cada vez más, es la simpatía que el resto de ciudadanos planetarios sentimos por Venezuela.
Pero creo que es un sentimiento recíproco ya que Chávez se ha propuesto confinar a su país del panorama internacional a base de sonadas polémicas y medidas de control irrisorias en el contexto político-económico mundial contemporáneo. Ello puede ser consecuencia de que al señor presidente de la República Bolivariana de Venezuela jamás le enseñaron aquello de que debía de tener cuidado a la hora de elegir las amistades ya que (remitiéndome a los hechos) Fidel Castro ha demostrado, a lo largo de los años, que no es el compañero ideal con el que fundirse en un abrazo el día antes de tu boda. Es más bien ese tipo de colegas que te incitan a llamar a los timbres a las tres de la mañana y salir corriendo, o el que te pone por primera vez un cigarrillo en la boca. Y una vez que descubres que ese tipo de actividades resultan mucho más divertidas que una sesión de cine o tomar un refresco en una terraza, se entra en un círculo vicioso del que no se puede salir, y que sólo se cerrará cuando la dichosa circunferencia explote por alguna parte.
Eso es precisamente lo que pasará en Venezuela ya que la democracia que puso en el poder a Chávez ha permitido que éste la modificase tanto para que ya no la reconozca ni su madre. Aunque ya dice el refrán que no hay más ciego que el que no quiere ver aunque de lo que padece Chávez, más que de ceguera, es de obcecación.
Desgraciadamente sentirse como la reencarnación del mismisimo Marx y de su admirado Lenin ha hecho que poco a poco llevase a Venezuela no al aislamiento (que, a comparación, sería preferible) sino a la marginación. Y no creo que la jugada pueda traer unos beneficios más positivos que la creación de la enemistad social y la imposición de calificativos a su Gobierno como retrógrado, obsoleto y kitch.
Porque los políticos del siglo XXI parecen desconocer que la virtud está en el equilibrio. Que la consonancia es el ingrediente estrella que permite hacer el mundo más llevadero. Y esto no sólo es política, sino que también es filosofía y salud social. Por eso, la línea de actuación de Chávez, unida a su empatía internacional resultan, como mínimo, peligrosas. Chávez debería cerrar sus discursos aludiendo a esa famosa de Groucho Marx que decía aquello de: "A quién van a creer ustedes, ¿a mí o a sus propios ojos?" Entonces, el pueblo venezolano recordaría que muerto el perro se acabó la rabia.
miércoles, 17 de marzo de 2010
Apunte breve
Disfruto demasiado de Godard. Creo que es uno de los resquicios que más me cuesta disimular de mi pasado nov al que intento renunciar a base de cañas y escenas de normalidad. Pero alguien me pidió una vez la luna, a lo que yo respondí negándome a ver Millenium. Que los almendros en invierno no den flores, no significa que los árboles dejen de ser árboles…
Pero, reconozco, que soñar merece la pena. A pesar de que los psicólogos encuentren su razón de ser en el equilibrio para alcanzar el éxito personal y social. A mí el éxito, permitidme, no me parece más que un engañabobos. Y, por qué no decirlo, la terapia un consuelo a regañadientes.
Por eso yo hoy me quedo con una cita de Nizar con la que me topé hace años y que, en días de sol, entra mucho mejor: “No consentiré que nadie diga que los veinte años son el momento más hermoso de nuestra vida. Aquello años no fueron felices sino más bien grises: sólo nos alimentábamos de esperanzas. Ni siquiera vivíamos. Si alguien nos preguntaba: ‘pero… ¿de qué vivís?’, a nosotros nos encantaba responderle: ‘No vivimos’. La vida era la pantalla, hablar de cine, leer y escribir cosas”.
lunes, 15 de marzo de 2010
Requiem
Creo que Delibes se merece un réquiem.
Quizá su muerte ha servido como recordatorio para decirnos a todos que debemos de leer (o releer) sus magnificas obras. Dejarnos de tanta novelilla histórica poco consistente y buscar las exquisiteces del arte, y creo que Delibes podría estar orgulloso que muchas de esas delicatessen están firmadas por él. Pero por desgracia, como ha acontecido tantísimas veces en el arte, necesitamos el fallecimiento para recordar lo afortunados que fuimos de que gente cómo él nos honró dedicándonos historias geniales.
De Delibes he leído bastante y, como todos los demás hacen, destaco la verosimilitud de sus personajes, su prosa costrumbísta y su capacidad para recrear a la perfección paisajes y tareas honradas como puede ser la agricultura, la ganadería o la caza. Leyéndole a él, los que somos urbanos por naturaleza y por circunstancias, descubrimos y nos deleitamos con un mundo que, a veces, nos parece lejano por la contraposición de ritmos y costumbres. En Madrid no hay playa, ni tampoco se ve maquinaria del campo atravesar las calles, pero después de leer a Delibes resulta fácil de imaginárselo. Igual que cuando terminé “Cinco horas con Mario” fui capaz de entender el dolor de mi madre durante el velatorio de mi abuelo.
Supongo que sería un tópico aludir a la fuerza de la literatura para recrear universos y situaciones a veces oníricas pero, es inevitable. Y creo que es precisamente eso lo que la hace tan necesaria, y por lo que todos alguna vez soñamos con escribir.
Por suerte, el arte nunca muere. Y más cuando ese arte imita a la vida más que lo que la vida imita al arte.
jueves, 11 de marzo de 2010
11- M
Imagino que al señor Aznar y al señor Acebes, en algún momento del día, se les vendrá a la cabeza que tal día como hoy murieron casi doscientas personas en Atocha. Dedicarán un minúsculo momento de su tiempo a pararse a pensar en ellos, pero sólo un segundo ya que ya se sabe que el muerto al hoyo y el vivo al bollo, y más cuando se trata del PP. Quizá que la Asociación del 11-M, formada por víctimas y familiares, se situase al lado del PSOE hizo que no dieran tanto bombo y platillo a sus dramas, como suelen hacer con las víctimas del terrorismo de ETA que, a veces por exceso (en mi opinión) llegan a convertir el dolor en un circo. O quizá que el atentado fuese consecuencia de una guerra ilegal a la que los españoles no queríamos ir y a la que, por cabezonería de estos señores, finalmente fuimos.
Tampoco es cuestión de hacer leña del árbol caído. Para nada es mi intención vivir toda la vida anclada en el pasado como hacen algunos con el franquismo, pero que les digan a las madres, mujeres, hijos, hermanos,.., si el tiempo pasa tan velozmente para ellos.
Me imagino que en sus vidas, el 11 de marzo sigue siendo un día muy duro.
Igual que para los que la Estación de Atocha forma parte de nuestras vidas. Yo también guardo recuerdos de aquella mañana e, inevitablemente, me paro a pensar ya que podía haberme tocado a mí o a mi padre. Es curioso porque fue con él con quien fui a la manifestación pocos días antes de que Bush invadiese Iraq con el apoyo de mi país. Un país que en época de Aznar no reconocía mío, que me hacía sentir vergüenza y apatía.
Creo que en este tema no debería de excederme más. Si ya me acusan de imparcial, no quiero ni pensar lo que algunos estarán diciendo de mí en este momento… Por desgracia, muchos entenderán este texto como una nueva defensa a Zapatero y al Ejecutivo cuando no es así. Lo único que me gustaría que se recordase el daño que puede hacer la política algunas veces, y lo nocivo que es gobernar en democracia en contra de la Opinión Pública. ¿O creen que las cosas no habrían sido diferentes si Aznar se hubiera resignado, escuchando la voz del pueblo, a no participar en aquella maldita guerra? Igual las muertes habrían sido las mismas, pero la imagen pública de estos señores ahora mismo luciría mucho más limpia…
Quiero concluir que el olvido es la ignorancia de los necios por lo que no permitamos que nos hagan olvidar. No hay mayor cordura que aquella de recordar el pasado para mejorar el presente. Aunque a veces el pasado tenga algo tan duro y tan triste como el 11-M.
martes, 9 de marzo de 2010
Estética demagoga
Mientras que los que nos dedicamos a labores más mundanas tenemos que aprender a vivir con el miedo a la muerte, el arte se ha encargado de convertirla en algo estético. Suicidios sonados que acompañan a los grandes genios hasta el punto de que alguien dijese, alguna vez, que “los mejores artistas no nacen, se suicidan”.
Pero no tenemos que pecar, tampoco, de radicalidad. Ni por un lado ni por el otro. La muerte es algo que acompaña al hombre desde el inicio de su existencia, quizá la meta que justifica el hecho de vivir. Resulta triste, sí, pero no nos cabe otra que aceptarlo. Incluso las religiones orientales, mucho más hedonistas, admiten la muerte como el final de un estado, dejando abierta la puerta a la teoría de la trasmigración de las almas de Upanishade. Pero somos muchos los que somos incapaces, también, de encontrar el sentido filosófico o artístico a la muerte, por eso es lícito y plausible no entender que alguien desee morir.
Es fácil posicionarse a favor de cosas cuando nos están lejos. Defender el derecho a perecer resulta progresista, y los seres sociales vivimos marcados por modas. En tiempos de Joyce, la muerte era un acto romántico y casi estético. Jeanne Hébuterne se tiró por la ventana, embarazada de nueve meses, de su apartamento de la rue Amyot de París por amor a Modigliani. Más tarde, en pleno movimiento de la Gauche Divine, sería Alberto Greco el que se suicidara y con su propia sangre, en su último cuadro, escribiera la palabra “Fin”.
Amenábar convirtió la historia de Sampedro en un Óscar, teniendo la mala (o buena, quién sabe) fe de incluso dedicárselo. Intentó desdramatizar la muerte de una manera que tan sólo los más optimistas se podían creer. Porque mientras que el arte retrata la muerte como liberación, los demás no somos capaces de verla más que como expiración.
Por lo tanto, es fácil comprender ambas posiciones. Aquellos que abogan por ennoblecer la vida a través de la dignificación de la muerte, y aquellos que la ven como una ruptura total con los vínculos terrenales, incluyendo aquí padres, hermanos, hijos, amigos o todos ésos otros humanos que te quieren. Esto también resulta romántico, aunque no necesaria y desgraciadamente esteta. Al fin y al cabo, el arte siempre ha sido algo subjetivo.
sábado, 6 de marzo de 2010
Retal 1 de un capítulo primero
“Recuerdo haberla pedido que no tuviese en consideración las últimas palabras que le dije antes de que nos despidiésemos. Creo que no me di cuenta del daño que le había hecho hasta meses después, cuando en una habitación con vistas al mar me la imaginé paseando por la arena, con un vestido blanco de flores amarillas y el pelo volándole al viento.
Estuve contemplándola, al menos, durante una hora. Creo que fueron durante esos sesenta minutos cuando supe que había sido un estúpido y que, aunque hasta ahora no lo hubiese pensado, la echaba muchísimo de menos. Añoraba la sonrisa con la que esperaba un postre de chocolate, cuando se despertaba por la mañana, enfadada por despertarse, y por inercia se acercaba hasta la ventana a comprobar si llovía; recuerdo lo mal que cantaba, pero el empeño que le ponía, y me acuerdo, incluso, de su odiosa manía de leer cuatro o cinco libros a la vez.
Yo la conocí sin querer conocerla. Se cruzó en mi camino sin más, cuando yo no la necesitaba. Odie que apareciera en el momento inadecuado, cuando yo me había acostumbrado a mí y a los excesos con mis amigos pero, sin embargo, poco a poco se me fue haciendo indispensable. Recreamos muchas veces el instante en el que, en aquel restaurante de las afueras, Iván la cogió de la mano, la acercó a mí y me la presentó. Yo me quedé embobado con sus ojos y no fui capaz de pronunciar una sola palabra. Mi amigo me dijo que si era un idiota pero ella, únicamente, pronunció un: “bueno, pues nada, no nos conocemos”. En ese momento se me pasó por la cabeza, por primera vez, el besarla pero no lo hice. Intenté ignorarla durante toda la noche, pero no lo conseguí. Cada vez que ella hablaba, cada vez que ella sonreía captaba mi atención de manera automática. Fue entonces cuando me di cuenta de que Iván tenía razón y que yo era un estúpido, pero tenía que existir la forma de poder arreglarlo. Aunque no sería esa noche porque ella, al contrario de lo que pasaba a mí, parecía haberme obviado y lo único que hacía era dedicar caricias y besos fugaces a Víctor, el tipo que yo más odiaba en mi vida, el tipo al que había odiado desde preescolar.
Pero algo ocurrió entonces que me hizo encontrar un nimio recoveco de luz entre tantas sombras angustiantes. Algo sucedería después que me bajó de nuevo hasta su caótico mundo de libros de Bukowski y películas de Godard. Pero no sería hasta horas después cuando yo lo sabría. Cuando el señor Oliva atravesó la puerta de aquel restaurante al que fue, expresamente, para hablar conmigo…”
miércoles, 3 de marzo de 2010
Decadencia
Tengo olvidada la literatura. Quizá porque desde hace no mucho tiempo he cogido un miedo extraño a soñar. Puede ser que desde el día en que mi prima me regaló un artilugio que permitía controlar nuestra mente dormida. Si hasta los sueños pueden ser dirigidos, la vida me parece ser un auténtico aburrimiento. Por eso no lo he usado nunca, y quizá por el mismo motivo he dejado de escribir. Al fin y al cabo, casi nunca termino las cosas que empiezo y ya comienzo a estar cansada de dejar todo a medias. Igual debería de limitarme a vivir y punto, es lo que hace el 99% de la humanidad, sin preocuparse por la parte bonita de las cosas o de los acontecimientos. Pero tengo un amigo que dice que yo nací melancólica (¿esto lo he confesado ya alguna vez?) y que mi empeño por encontrar el lado artístico a todo me portará, irremediablemente, a la decadencia.
Los pintores franceses de principios del XIX fueron decadentes, y también lo fueron Pergolesi y los grandes compositores de música sacra. Decadente de alguna manera es Almodóvar, siguiendo la línea de la Nouvelle Vague francesa. También Simone de Beauvoir, que no le quedó más remedio que autoconvencerse de que Sartre la quería a pesar de las infidelidades, y lo fue Janet Flanner, a la que no quisieron nunca. También en decadencia vivió y murió Jeanne Hébuterne que, tras la muerte de Modigliani, saltó desde su apartamento de la rue Amyot de París embarazada de nueve meses.
Todos ellos han pasado a la historia mientras que yo, estoy destinada a caer en el olvido por mi extraña manía de no llamar la atención. Porque tengo miedo a destacar sobre los demás y que descubran realmente quién soy. Que puedan alcanzar esa parte en la que se me puede hacer daño y feliz de la misma manera. Soy decadente, sí, pero no masoquista y, como todos los demás, tengo un miedo atroz a sufrir. Pero de vez en cuando, conoces a alguien que te mira haciéndote sentir especial y, cuando no te das cuenta, te acaricia la mano, te mira a los ojos y te dice: “unas veces se gana y otras veces se pierde” y, de manera asombrosa, consigue apaciguar los miedos… Entonces miras a tu alrededor y te das cuenta que ya no estás en Madrid, sino en Lisboa, paseando por la Alfama y deteniéndote a disfrutar de un fado proveniente de una pequeña plaza atestada de flores y coches mal aparcados. En un restaurante, una pareja de italianos disfruta de una patanisca de bacalhau. Ella tiene el pelo largo, oscuro, y la piel perfectamente bronceada. Él te mira como si, en otro tiempo, hubieseis compartido más que una ciudad pero tú, ahora, estás preparada para regatearle la mirada y sigues andando, perdiéndote en las profundidades del Tajo que, antes de desembocar, pasa por Abrantes, Portalegre y Santarém. Nosotros, antes de decaer, también debemos viajar.
Ya sabes que lo digo por ti.
domingo, 28 de febrero de 2010
Gran Tortura
Un apunte muy breve.
Lo de Telecinco con Gran Hermano me parece que no tiene nombre, que está comenzando a ser una broma de mal gusto. ¿O es que se creen que no tenemos suficiente con once ediciones que esta temporada, además, nos premian con el reencuentro? Si los que defendían la telebasura no creen que esto es una dictadura mediática que me digan entonces lo que es.
Llega un momento (como creo que nos ha pasado a todos) que te hace gracia el hecho de que de un casting se pueda encontrar a las personas más raras de nuestro país (y, en algunos casos, de fuera de él). Y póngase como ejemplo la fauna que hay en este momento en la famosa casita de las narices.
Al inicio de los tiempos, tanto la cadena como sus correspondientes productores se llenaban la boca diciendo que aquello era un experimento social, basado en “1984” de George Owell. Pero quién haya tenido la suerte (y el buen gusto) de leer el libro se dará cuenta de que Gran Hermano no sólo no es un experimento social sino que, además, se está convirtiendo en una tortura y un ejemplo malísimo de la excentricidad del ser humano.
Continuaré…. Como continuará Gran Hermano, desgraciadamente.
jueves, 25 de febrero de 2010
No es por ti, es por el fútbol
Tan sólo una pequeña línea separa el universo femenino del masculino. Si ellos la atravesaran se encontrarían con un espacio cargado con toneladas de zapatos y vestidos, con cenas en una playa griega, con millones de perfumes, con un montón de pelis románticas y canciones de amor. Sin embargo, cuando somos nosotras las que cruzamos esa delicada línea lo que se nos abre es tan solo una cosa: el maravilloso mundo del fútbol. Con todo lo que eso conlleva: chándal, amigos, botellines y expresiones como “¡métela!” o “¡corre, corre que llegas!”
Para los hombres, hay tres momentos claves que les definen como tal: su primer cubata, su primera chica y la primera camiseta de su equipo. La foto con la equipación, con el balón en la mano y más repeinados que el día de su Comunión es como el bautismo en algo que marcará sus vidas. Y lo hará hasta tal punto de convertirles en seres completamente alienados que piensan y se planifican según el calendario oficial de fútbol. De hecho, tanto es así que, después de cuatro meses, aún no he podido presentar a mi novio a mis amigas. “Mira, tesoro, los fines de semana hay Liga, los martes y miércoles Champion… ¡estoy muy liaó!” “Bueno, dije yo, siempre podemos quedar el jueves…” A lo que él respondió: “no, no… déjate que el jueves hay UEFA”. Claro, ¡UEFA! Unión de Estúpidos Faltos de Aptitudes.
Pero lo que me consuela es que no soy la única que de vez en cuando querría tirarse de los pelos ante ese tipo de comportamientos. Una amiga me contó que un día su novio le cogió la mano y le dijo: “sólo cambiaría este momento por una final del Mundial España-Italia”. A esta chica los ojos se le abrieron como platos, lo que él debió de interpretar como emoción ya que la confesó que la habría llevado al motel del km 23 de la A4 si el Atleti aquella noche no hubiese jugado en casa.
Algo que he descubierto hace relativamente poco tiempo es que para los hombres no existe únicamente el partido, sino que además existe el previo y el día después. Es decir: necesitan tiempo para analizar las alineaciones, para valorar posibles jugadas, cuál sería la delantera perfecta y estudiarse los posibles cambios. Teniendo en cuenta tanta capacidad reflexiva no podemos sino preguntarnos por qué luego se ponen tan nerviosos cuando les pedimos opinión sobre cómo nos quedan unos pantalones. ¿Cómo son capaces de acordarse de quién era el portero del Barça en la temporada 95-96 y no recordar el día de tu cumpleaños? Pero, lo peor de todo, es que si esto se lo dices a ellos son capaces de ofenderse y responderte que para las fechas son muy malos.
Sin embargo, en toda relación existe un momento decisivo en el que le sueltas “o el fútbol o yo”. Él te mira recordando aquel gol por la banda o aquel penalti en la prórroga y, con la boca pequeña, te dice: “tú, cariño”. Y para celebrarlo sales esa misma noche a cenar pero te das cuenta de que, casualmente, a partir de las ocho y media de la noche le empieza una incontinencia renal nunca antes conocida y que cuando viene del baño lo hace frotándose las manos y con una sonrisa de oreja a oreja. “¿Qué me decías, amor mío?”
lunes, 22 de febrero de 2010
Yo olvido, Él olvida, Nosotros olvidamos
Supongo que llega un momento en el que todos necesitamos pasar página. Marcarnos un punto de inflexión y decir: “hasta aquí, ya vale”, pero ojalá que fuese tan fácil el hacerlo como el decirlo. Para avanzar es necesario no sólo perdonar sino también olvidar, y ahí viene lo complicado, ya que soy de la opinión de que existen cosas inolvidables. Cosas que nos marcan de por vida y que nos perseguirán durante todos los días que sigamos respirando. Y la cosa se complica cuando no se puede valorar si los recuerdos bonitos pesan más que los malos, si en algunos casos es mejor el hecho de haber vivido que el de vivir. Lo sé, suelo ser bastante abstracta para según que cosas pero si en vez de hablar con el corazón lo hiciese con la cabeza, más de uno de asustaría…
Me viene a la cabeza la noche en la terraza del aquel hotel en Via Nazionale, cuando nos tomamos una botella de vino soñando cuál de todos los tejados de Florencia sería el nuestro; también el momento en el que, al levantarme, al otro lado de la cama estaba escrito “Ti Amo” con pétalos de rosa, o el día que tuvimos que andar más de veinte kilómetros porque habíamos perdido el último autobús. También me acuerdo de cuando me besaba de repente y sin esperármelo, o de cuando nos encontramos de repente con La Traviatta en la Piazza de la Signoria. En momentos como ese, me cogía la mano y me miraba, y yo suponía que sus ojos me estaban diciendo lo mucho que le gustaba verme feliz.
Sin embargo, luego llegaba la realidad. El momento en que los abrazos se convertían en angustias y los besos no eran más que una simple anécdota. Recuerdo que me quería morir, no sé si de pena o de miedo. Y siempre me preguntaba por qué lloraba, pero yo no era capaz de decirle más que lo hacía por tristeza, a lo que él contestaba de la misma manera que cuando le preguntaba que por qué lo hacía. Ahí cosas inexplicables, sean merecidas o no.
Ha pasado algo más de seis meses. Mi vida sigue (o eso creo), pero aún tengo que aprender a convivir con ese peso en la espalda que me desequilibra física y emocionalmente. No sé quién dijo que las lágrimas no nos tienen que impedir ver el sol, pero en algunas partes del norte es casi siempre de noche. Estaría bien vivir en algún sitio donde fuese de día sólo cuando uno quisiera….
Todavía arrastro las consecuencias de aquella historia insana. Fumo demasiado, y he creado dependencia por el café. Por las mañanas tengo mal humor, y por las noches tengo que dormir con una luz encendida. Además, he cogido miedo a las películas de amor, y casi siempre antes de sonreír intento pensármelo dos veces. Pero, sin embargo, a veces miro a mi alrededor y aprieto la mano de los que tengo a mi lado, como agradecer la fuerza y la paciencia que tienen por aguantarme o sobrellevarme en los momentos en los que ni yo misma me soporto. Pero es que hay veces que el subconsciente me persigue y no me pregunto qué hice yo para merecer aquello, sino cómo fui capaz de quererle hasta el punto de haberle perdonado todo.
Me gustaría volver a sentir aquel amor infinito por alguien. Volver a elegir tejados o seguir haciendo cábalas sobre el futuro sentada en la barandilla del Ponto Vecchio. Pero los viejos dicen que no se debe volver atrás ni siquiera para tomar aire. Ojalá que mi problema no sea haberme quedado anclada en el pasado. Ojalá que el pasado no sea un castigo plomizo que tenga que arrastrar durante toda la eternidad….
La necesidad de la utopía
El otro día me encontré realizando un comentario sobre la utopía nacido de las entrañas de un libro de Sartori. No sé si la conclusión a la que llegué es la correcta pero, sin embargo, me parece que seguir creyendo en la contrucción de imposibles resulta un ejercicio plenamente placentero. Eso sí, reconozco que no por ello exento de inconformidad y, quizá, algo de inmadurez pero que, en cualquier caso, opino sea necesario para sobrevivir en un mundo cargado de banalidad.
Sé que lo fácil es posicionarse al otro lado; atravesar la línea la línea de lo real y dejarse llevar por lo indiscutible y lo práctico pero casi nunca tengo fuerzas para luchar en contra de lo que soy. ¡Qué pena, eh! Seguramente sea porque me apasiona Dalí, y porque mis novelas preferidas las firman escritores sudamericanos.
Volviendo al tema, intentaré justificar por qué creo que es necesario la persecución de ideales aunque nos acusen de románticos.
Comparto con Sartori la idea de que la utopía podría traducirse como contemplación, pero añadiría también el acto de reflexión. El hecho de crear “ciudades ideales”, siguiendo a Marx, implica no sólo la idea utópica de materializar un estado que para él era ideal sino, también, la representación de que es viable un posible cambio en el sistema de organización social.
Sartre persiguió durante toda su teoría la idea de que el hombre está condenado a elegir. Sin embargo, el exceso de realismo nos podría impedir este acto de elección si aceptamos que la estructura política impuesta es la correcta y la única posible. Por lo tanto, la reflexión sobre el ideal de las cosas es lo que debiera llevarnos al cambio y a la apertura de un abanico de posibilidades que aumentarían la calidad en la convivencia social.
Creo que las revoluciones románticas, como la Primavera de Praga o el Mayo Francés, se han sustentado sobre esta motivación de ampliar las opciones de los individuos más aún que el hecho de convencer sobre cuál es o no la tendencia política correcta.
Breton dijo: “la imaginación no es un don, sino el objeto de conquista por excelencia”, y los revolucionarios del 68 lo tomaron como eslogan. Realmente, por todo esto, creo que la utopía es necesaria en la política y lo social, a pesar de que muchas veces su falta de pragmatismo la relegue a la escena de lo absurdo.
No creo que existan estados ideales, pero si confío en que la imaginación (llámese también utopía o absurdo) puede llevarnos al cambio, a la evolución y la mejora de los ciudadanos. Y es ahí donde la política, en mi opinión, tendría su rol principal.
sábado, 20 de febrero de 2010
Indecisiones y posibles caprichos
Si en determinados momentos parásemos el tiempo y nos pusiésemos a valorar, nos daríamos cuenta de que somos felices. Seguramente aquel segundo es el que has soñado tu vida, el que recreabas de pequeña con tus amigas y en el que pensabas antes de meterte en la cama. Sin embargo, por una extraña razón desconocida del ser humano, una parte de nosotros nos hace tirar para delante, fingir como que no pasa nada y transcurrir con nuestras vidas como si aquello no fuese más que una anécdota. Una anécdota o un secreto que no se cuenta ni siquiera a la almohada, por miedo a que también esta te diga que tienes todo lo que siempre habías querido.
Pero, por fortuna, siempre hay gente alrededor que te mira directamente a los ojos, te aprieta fuerte del brazo y te dice: “no lo estropees”. ¿Qué no lo estropee? Me pregunto yo…: “¡Si yo soy una experta en estropearlo todo!” Y es que realmente es así. No creo que yo sea lo ideal en algo, que sea eso a lo que alguien aspira. Y reconozco mis defectos casi tanto como puedo reconocer que alguien tiene los ojos claros u oscuros pero, a pesar de todo, tampoco eso me hace actuar tal y como debo.
Siempre me ronda la duda del estar equivocándome, del estar poniendo toda la carne en el asador y… ¿para qué? Al fin y al cabo hay cosas que nos marcan, de las que sí que no podemos desprendernos y que, de alguna manera u otra, te cambian hasta el punto de volverte en una estúpida caprichosa por miedo a sufrir. Pero alguien ya dijo que el sufrimiento es una carta más en la baraja del paso del tiempo, y que no siempre te elimina del juego aunque, inevitablemente, hay que reconocer que asusta el hecho de sufrir.
En cualquier caso, necesitaba esta reflexión casi más de lo que necesito ahora mismo un vaso de agua.
Y me gusta que nadie sepa de lo que hablo. Excepto vosotras, que la habéis inspirado.
domingo, 7 de febrero de 2010
Poca memoria
Me acusaban bastante a menudo de una falta de objetividad que, al parecer, es necesaria para ejercer el periodismo. Sobre todo, a la hora de abordar ciertos temas como pueden ser el fútbol o la política. Sin embargo, mi yo creo que es precisamente en estos terrenos en los que es necesaria la opinión, el tener clara una postura que nos lleve a todos a movilizarnos y a no ser objetos de manipulación y/o tendencias. Periodistas y no periodistas.
Mis ideas progresistas y sociales me han llevado a defender siempre a Zapatero pero claro, eso no significa que para mí su palabra sea divina y que no encuentre las taras en su oratoria persuasiva. Lo que quiero decir con esto es que creo que sí, que en los años de legislatura muchas veces el partido socialista se ha equivocado pero como lo hacemos todos. El hecho de que tardara casi 365 en reconocer que existía una verdadera crisis (porque no era una desaceleración en el crecimiento económico del PIB), que priorizara en la Seguridad Social las operaciones de cambio de sexo y no los servicios oftalmológicos o los tratamientos dentales, o el hecho de que ahora proponga subir la edad de jubilación a los 67, me parece que son puntos de inflexión en su Gobierno que le costarán las próximas elecciones. Aunque, sinceramente, en mi opinión sería injusto. Es decir: Zapatero ya se ha mostrado arrepentido por el uso del término “desaceleración”, lo de las operaciones de cambio de sexo es una opinión personal con la que muchos estarán de acuerdo y otros muchos no, y en cuanto a la edad de jubilación… el Gobierno sólo ha hecho una propuesta, que tendrá que pasar por el Parlamento y, en el caso de ser aprobada, seguramente los del PP se encargarán de que llegué hasta el Constitucional de alguna manera.
Pero pensemos que Zapatero en los últimos años ha tenido que trabajar en un ambiente de arenas movedizas: si ya puede resultar difícil gobernar en un país donde la oposición política está fundamentada en la crispación política y la difamación, lo último ya era una crisis económica a nivel mundial provocada, sobre todo, por la política del libre mercado que el señor Aznar exportara de los Estados Unidos cuando presumía de amistad fraternal con Bush. Entonces nos reímos de ver la imagen de los pies de Josemari sobre la mesa, sin pensar en las consecuencias… Pues aquí están, para los que soltaran alguna carcajada ignorante en su día y, acorde con el momento, se encendieran un habano para celebrar la situación tan próspera que vivían.
Lo que yo ahora propongo es que intentemos dejar de lado por un momento esos tres puntos determinantes en la legislación de Zapatero y en el resto de cosas que ha hecho durante su mandato. No me voy a poner a enumerarlas pero mi humilde opinión llega a la conclusión de que ha conseguido que la sociedad evolucione hacía una postura mucho más tolerante y progresiva, casi impensable años atrás. Esto se traduce en la introducción a la política española de reformas y leyes sociales, que por primera vez la ciudadanía notamos en nuestro día a día. Si esto no ha sido un buen acercamiento al Estado del Bienestar, que me digan los que ahora se quejan por qué hemos sido paradigma a imitar por muchos Estados europeos (con más tradición democrática) durante algo más de un lustro.
Creo que sería injusto que se castigara al PSOE en las urnas. Al fin y al cabo la crisis, el paro, los recortes presupuestarios, la subida de los aranceles,…, son consecuencia de la labor política con la que también se habrían encontrado los otros. Pero la ciudadanía solemos tener un problema que, en mi opinión, resulta maléfico si lo aplicamos a la Postmodernidad, y es la falta de memoria. Que yo recuerde no ha sido el señor Zapatero el que ha ido en contra de la opinión pública mayoritaria (y por una vez activa) y sin sondeo alguno nos ha metido en una guerra ilegal. Eso fueron los otros, “los malos”. Y sí, vuelvo a lo de siempre, vuelvo a la guerra de Iraq. Porque también parece que se nos ha olvidado que la dichosa guerra capitalista no sólo se cobró un montón de vidas civiles en el campo de batalla, sino también otras doscientas en la Estación de Atocha. Pero eso también se nos ha olvidado. ¡Qué mala cabeza!
jueves, 4 de febrero de 2010
Tontos
No sé en qué momento se impuso el físico a la inteligencia; tampoco sé cuándo se decidió cambiar los centros comerciales por las antiguas calles gremiales; ni la relaciones virtuales sustituyeron las charlas de café. Tampoco sé cuando se decidió mezclar el vino con la Coca-Cola, cuando el éxtasis robó protagonismo a María o a la absenta, ni cuando las discotecas desmitificaron el ritual de “ir al cine”.
Me gustaría ser más optimista con este mundo que me ha tocado vivir pero, sin embargo, cada vez más no puedo evitar sucumbir ante los errores que la ambición y la superficialidad está creando en nuestra sociedad. Hemos llegado a un punto demasiado preocupante, pero parecemos no darnos cuenta porque lo máximo que hacemos es auto convencernos con propósitos de enmienda y un ‘amén’ cuando apreciamos las calamidades de los que, aparentemente, no son nuestros semejantes. Pero, yo me pregunto, ¿de qué sirve tanto golpe de ‘yo pecador’ si, en realidad, es tan sólo hipocresía? Lo que quiero decir es que estoy cansada de las palabras y de esas buenas intenciones. Si algo necesito realmente es un poco de autenticidad, y no que no sea imprescindible ser lo que no somos. Es la única manera de enfrentarse a los continuos problemas y sobrepasar los baches que día a día se nos ponen en el camino.
La cultura de la telebasura, de la economía a escala planetaria, de las tetas postizas y la minifalda como única tesis doctoral comienza a sobre pasar los límites de lo vulgar y lo obsceno para convertirse, esta vez en serio, en algo ofensivo.
Hemos llegado a un punto en que criticamos tanto los fallos como las posibles conclusiones, en el que nuestros amigos ‘feos’ jamás atravesarán la barrera de amigos, en el que el n.s/n.c de las rubias podría servir para ganar el 50x15, en el que nos parece normal que los galácticos cuesten más que las estrellas mientras que el Cuarto Mundo cada vez pasa más hambre. Pero, claro, como yo no puedo cambiar el mundo, ¿para qué molestarme? Es, una vez más, la pescadilla que se muerde la cola.
Creo que para muchos este discurso ya resultará repetitivo, pero una se va haciendo mayor y se para a pensar en lo que ha hecho bien y ha hecho mal hasta ahora. Y, por primera vez, he prometido que antes de culpar a los demás me culparé a mí misma: quizá sea culpa mía estar sola, quizá sea la culpable de que el calentamiento global aumente por segundos, de que las ayudas humanitarias no lleguen nunca, de que las amenazas y las alertas se tomen a cachondeo, de que las multinacionales facturen anualmente el doble del presupuesto con el que cuenta el continente africano. ¿Y qué se supone que puedo hacer al respecto? Puedo escribir este blog, alzando la voz para quejarme y decir que me parece una vergüenza pero… ¿después? Después volveré a las redes sociales a hablar sobre los planes del fin de semana, mañana me iré tres horas al gimnasio y, por la noche, quedaré con alguna amiga para tomar un Vozka-Lemon mientras escuchamos la banda sonora de una generación que no merece ser llamada generación. Luego aplazaré todas las lecturas que me gustaría concluir este año, lamentaré no haber ido a aquella exposición por haber estado demasiado ocupada en El Corte Inglés haciendo las compras de Navidad, y me excusaré por no sacar ni un minuto para llamar a esos amigos con los que estoy a punto de perder el contacto. Y así pasarán los años de la misma manera que lo han hecho hasta ahora. Hasta que no me quede más remedio que yo fui una más; que yo también pasé, como todos los que conozco, por el mundo de puntillas sin preocuparme por otra cosa que no sea el contemplarme el ombligo.
Hoy no soy capaz de mirarme al espejo. Aunque, como se suele decir: “mal de muchos consuelo de tontos”.
miércoles, 3 de febrero de 2010
Cumbre Europea
Desde que el pasado lunes Obama confesara su no asistencia a la cumbre de la UE, empiezan a ser pesados aquellos que dicen que Europa va, poco a poco, perdiendo peso planetario. Yo, como podéis imaginar, no soy de la misma opinión y soy más bien de la tesis de que Obama está aparcando relativamente (y esperemos que sólo de momento) la política exterior para solucionar los problemas internos de los EEUU. Que, la verdad, no son pocos. En cualquier caso, me parece una falacia bestial también culpar a Zapatero de esto (que bastante tiene con lo que tiene) y que algunos periodistas dijeran que, ahora que no vendrá el Presidente norteamericano, la cumbre se deberá cancelar. Dichos informadores parecen saber bastante poco de geografía y, menos aún, de política o sociología. Para mí, los baches por los que atraviesa la “comunidad” europea son lo suficientemente serios e importantes como para que se resuelvan, y también soy de la idea de que los trapos sucios se limpian en casa. Es decir, Europa ahora mismo fundamentalmente tiene dos problemas: por un lado tenemos la crisis económica de la que parece que tres países, todos miembros, no se recuperarán (Portugal, Grecia y España) y, por otro, tenemos la petición de Turquía para entrar en la Unión pero ésta no cumple los requisitos necesarios por varios motivos (entre ellos, la cuestión de Chipre).
Turquía para la sociedad global ocupa un peso importante, entre otras cosas por su tradición, sus recursos naturales y su posición geográfica, y creo que son los europeos, los “miembros del club”, los que deben hacer esfuerzos para decidir sobre su futuro valorando los pros, los contras y las posibles soluciones, ya que inevitablemente su entrada afecta a toda la Comunidad. Y lo mismo pasa con la crisis. Tenemos un Banco Europeo que actúa como controlador, asesor y consultor de las economías individuales de los distintos países, casi todos compartimos una misma moneda, y casi todos poseemos las mismas características en cuanto a las características, los parámetros y la naturaleza de las recesiones económicas surgidas durante la crisis. A lo mejor peco de optimista, pero creo que estamos preparados (y somos capaces) para afrontar estas cuestiones nosotros solitos.
La presencia de Obama, en cualquier caso, no sería más que tres cosas. Por un lado, un fantástico programa de RRPP para la sociedad mundial; en segundo lugar, un abanico de opiniones y, a lo sumo, consejos del presidente de la Potencia Mundial (pero, al fin y al cabo, una cosmovisión individual); y, por último, sería una experiencia positiva para él, teniendo en cuenta que la UE es la segunda fuerza global económica más importante del mundo tras EEUU, y más ahora que las relaciones entre estadounidenses y chinos se tambalean.
Pero yo, personalmente, pienso que en este continente tenemos la mala costumbre de tropezar dos veces con la misma piedra. Ya vivimos la dureza y la crudeza de las dictaduras pero, aún así, seguimos votando a líderes radicales como pueden ser Berlusconi o como el aún cojonero Aznar; ya otorgamos un exceso protagonismo al pasado Presidente de Estados Unidos e invadimos Iraq, lo que supuso exponernos a sangrientos atentados sufridos en nuestras principales capitales; ya conocemos la crudeza de las guerras y, aún así, aumentamos casi anualmente el número de soldados que enviamos a Afganistán. ¿Por qué no escarmentamos? Nadie ha asegurado que pertenecer a una sociedad global, que sucumbir ante una política planetaria sea la mejor opción para el Bienestar de cada uno de nosotros. Y si añadimos los rasgos característicos y bien diferentes de cada ciudadanía, el problema aún se hace más grave. ¿Por qué Veltroni no ganó las últimas elecciones en Italia? Porque sus discursos sustentaban un programa basado en lo que Zapatero había hecho en España, y no podemos olvidarnos de que las necesidades de unos no son para nada las necesidades de los otros. Por lo tanto, ¿cómo puedo convencerme de que los norteamericanos están en la capacidad de aportar, basándose en unos sólidos y metodológicos criterios, mis problemas? Y, sinceramente, creo que no vivimos el momento ideal para realizar experimentos…
En cualquier caso decir que sí, desgraciadamente Obama no viene pero no por ello se acaba el mundo y nuestras rutinas. Que nuestros representantes aporten, al menos por una vez, un poco de sentido común a los asuntos que nos afectan directamente. Y, a ser posible, también los periodistas. La verdad es que no nos vendría nada mal.
jueves, 28 de enero de 2010
Inmigración
Cómo los que se autodenominan "Estados Modernos" están llevando el tema de la inmigración me parece vergonzoso. Empezando por España, que hace no pocos días nos encontramos como el alcalde de un pueblo perdido de Cataluña (o no tan pérdido, pero después de aquello al menos el alcalde debería de perderse)llegaban las noticias de que el cónsul se negaba a empadronar a extranjeros. Y todo aquello, seguramente, nació de la veda que abrió el PP en tiempos electorales hace ya algún que otro año, cuando Mariano Rajoy proponía una especie de cartillas para los inmigrantes, con el fin de crear una selección selectiva (espero que no inspirada por Darwin o los evolucionistas) porque, según Rajoy: "en España no entramos todos". Pero, este hombre, ¿dónde se ha dejado la moral y la parte social de la política? Porque, claro, él no quiere una excesiva demografía extrajera en España, pero también recuerdo que en los tiempos en los que gobernaban los populares, las ayudas a los países subdesarrollados y tercer mundistas se recortaron considerablemente... Por lo tanto, yo me pregunta: ¿si aquí no los quieres y si tampoco contribuyes materialmente al desarrollo de sus países de orígenes, qué propones? Imagino que él ha cogido África, parte de Europa central, parte de Asía y parte de Latinoamérica y lo ha eliminado de su mapa mundi. Algo así como que muerto el perro se acabó la rabia. Pero bueno, creo que a todos estos que se denominan Partido Político (por cierto, tengo la seguridad de que no todos en el PP son así -¡afortunadamente!) se olvidan de dos cuestiones bastante necesarias a la hora de hablar de inmigración. En primer lugar, preguntárse cuál es la situación de dichos imigrántes antes de dejar su país de orígen y lanzarse a la aventura de empezar una vida nueva en España. Porque no se considera inmigrantes a los franceses, ni a los estadounidenses, ni a los noruegos,..., que vienen a España; se habla de ciudadanos chinos, de ecuatorianos, columbianos, rumanos, africanos,... cuyos países, desgraciadamente, no les puede asegurar un futuro digno y sólido. La segunda cuestión es: ¿sabe el PP que, en tiempos de la economía global, una camiseta (cuya producción se ha llevado a cabo en países del Tercer Mundo) cuesta en los países desarrollados cinco veces el sueldo diario que la persona que la produjo? Desde luego que no, porque esos datos no interesan... Obviemos a los países pobres porque ellos no pueden ayudarnos a ser más ricos...
Pero este es un problema que no sólo tenemos en España, desgraciadamente. Ayer Berlusconi declaró en rueda de prensa: "Si hay menos inmigrantes, habrá menos criminales". A mí esto me causa risa, sobre todo porque este señor sigue demostrando que ante los micrófonos tiene memoría selectiva y se olvida de que en su país, siguiendo muy de cerca a Rusia, está tomado por los grupos mafiosos más criminales y poderosos. Y no creo que forme parte de la Camorra o de los Corleone algún Mohamed o algún Vladimir. Además ¿se ha olvidado de las detenciones que se han llevado a cabo en España, en el periodo de un año, de ciudadanos italianos que tenían a las espaldas asesinatos, tráfico de drogas, de armas, sobornos,...? Como están fuera de Italia, igual a ellos se les ha borrado, igual, del club de los italianos serios, honestos y machistas como él.
Madre mia... ¡lo que hay que aguantar!
El negocio de la cultura
La SGAE parece que, desde el pasado 2009, tiene la presunción de recuperar el protagonismo que nunca ha tenido en la sociedad civil de este país. Es decir: lo único que hacía este organismo PRIVADO hasta ahora era, básicamente, salvaguardar los derechos intelectuales de la comunidad cultural española. Y parecía que con cobrar la estipulada cuota todos eran tan felices. Pero, según asemeja, esta entidad está también sufriendo la dolorosa crisis económica y, por lo tanto, ha decidido sacar la pasta de debajo de las piedras, reivindicando tributos absurdos que, en mi opinión, sobresalen de los límites del sentido común. Pero en este país resulta muy natural poner la mano y, muchas veces, justificándose en razones absurdas que contradicen no sólo los procesos históricos sino, además, una metodología científica (basada en el binomio causa-efecto) de las cosas. Porque creo que hasta ahora la SGAE no ha estudiado con atención lo que se entiende por “cultura de masas”. Y es que, a partir del siglo XX se produce una recesión de sentido en el término “arte” debido a la imposición del sistema capitalista como paradigma de estructura económico a nivel global, lo que conlleva una inevitable vulgarización del arte, hasta entonces entendido de una manera romántica que englobaba, únicamente, a ciertas disciplinas (pintura, escultura, arquitectura, música de élite,…) a las que únicamente podía acceder la clase privilegiada. Pero el avance tecnológico (unido al concepto de sociedad global) trae consigo nuevas formas de expresión que, ahora, necesitan clasificarse para tomar sentido. Es ahí donde surge, entre otras cosas, el cine, la música y la literatura de masas (aunque aquí habría que añadir una nota al pie ya que la evolución y/o globalización de ésta tiene una cronología diferente debido a la aparición de la imprenta en el siglo XV) que modifica, sobretodo, uno de los pilares sobre los que, hasta entonces, se había sustentado la definición de arte: el proceso creativo. Ahora, los parámetros de creación responden a una exigencia plutocrática, que es la ley de la oferta y la demanda. Así, el modelo de cine que impone Hollywood (que para casi todo resulta muy explicativo) promueve una aculturación a través de dichos productos culturales; es decir, ahora se habla de objetos cuyo fin es mercantilista y, hasta cierto punto, socializador. Todo esto podría resumirse en que los mecenas del arte en el mundo capitalista ya no buscan el impacto interior e individual en el emisor sino que, en contraposición, con los productos culturales se espera hallar unos beneficios comerciales. Así, este negocio está sustentado en el cimiento de la máxima difusión. Y el principal vehículo de difusión son los medios de comunicación de masas. Sintetizando ideas y conceptos, si nos basamos en la teoría clásica de la aguja hipodérmica podríamos decir que, entre otras cosas, los mass media difunden estímulos que conducen a que los individuos respondan de una forma parecida y uniforme sin olvidarnos de que los efectos de la comunicación de masas son poderosos, uniformes y directos (a lo que se debería añadir la teoría de Baudrillard que afirma que “la gente vive en un mundo tan mediado por los medios que la verdadera realidad se deja de lado). Por lo tanto, es de sentido común que las industrias privadas y operantes en el campo de la cultura utilicen dichos medios como soporte para sus estrategias de producto y sus objetivos de marketing y publicitario. De esta manera, teniendo en cuenta que serían, por ejemplo, las propias discográficas las que enviaran sus nuevos lanzamientos a las emisoras de radio…. ¿por qué tenemos que pagar el dichoso canon? Es algo que, como mínimo y por ilógico, resulta sorprendente. Hasta ahora, el modelo de pay per view no se ha impuesto al modelo funcionalista clásico de dichos medios (lo que para la televisión y los medios electrónicos puede resultar un paso bastante sencillo pero en cuanto a la radio constituye, en mi opinión, un proceso bastante complicado) lo que supone que los oyentes no elegimos que tal emisora nos ponga dicha canción. ¿No sería, entonces, más lógico y normal que fueran las emisoras las que pagaran el canon? Y, aún así, ¿este canon no debería de pagarse únicamente en el momento que las distribuidoras decidieran de utilizar a los medios de comunicación de masas como vehículo de difusión productiva?
Resultaría impropio olvidarse de que detrás de todo esto están los intereses privados: detrás de las discográficas, detrás de las radios y, también, detrás de la SGAE. ¿Reclamamos nosotros el canon por la manipulación a la que estamos continuamente expuestos por el simple hecho de formar parte de una sociedad de masas? No, porque sería insensato reclamar, ante el exceso de publicidad, ante la monopolización de contenidos,…, daños y perjuicios por la continua vulneración a la libertad de pensamiento, de juicio, de elección, de identidad,… Aunque, claro, para aventurarnos en dicha hazaña igual deberíamos de constituirnos como Sociedad. Seguramente entonces nos harían mucho más caso ya que en la sociedad capitalista se anteponen los intereses económicos a los principios éticos y morales.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)