lunes, 22 de febrero de 2010

Yo olvido, Él olvida, Nosotros olvidamos


Supongo que llega un momento en el que todos necesitamos pasar página. Marcarnos un punto de inflexión y decir: “hasta aquí, ya vale”, pero ojalá que fuese tan fácil el hacerlo como el decirlo. Para avanzar es necesario no sólo perdonar sino también olvidar, y ahí viene lo complicado, ya que soy de la opinión de que existen cosas inolvidables. Cosas que nos marcan de por vida y que nos perseguirán durante todos los días que sigamos respirando. Y la cosa se complica cuando no se puede valorar si los recuerdos bonitos pesan más que los malos, si en algunos casos es mejor el hecho de haber vivido que el de vivir. Lo sé, suelo ser bastante abstracta para según que cosas pero si en vez de hablar con el corazón lo hiciese con la cabeza, más de uno de asustaría…
Me viene a la cabeza la noche en la terraza del aquel hotel en Via Nazionale, cuando nos tomamos una botella de vino soñando cuál de todos los tejados de Florencia sería el nuestro; también el momento en el que, al levantarme, al otro lado de la cama estaba escrito “Ti Amo” con pétalos de rosa, o el día que tuvimos que andar más de veinte kilómetros porque habíamos perdido el último autobús. También me acuerdo de cuando me besaba de repente y sin esperármelo, o de cuando nos encontramos de repente con La Traviatta en la Piazza de la Signoria. En momentos como ese, me cogía la mano y me miraba, y yo suponía que sus ojos me estaban diciendo lo mucho que le gustaba verme feliz.
Sin embargo, luego llegaba la realidad. El momento en que los abrazos se convertían en angustias y los besos no eran más que una simple anécdota. Recuerdo que me quería morir, no sé si de pena o de miedo. Y siempre me preguntaba por qué lloraba, pero yo no era capaz de decirle más que lo hacía por tristeza, a lo que él contestaba de la misma manera que cuando le preguntaba que por qué lo hacía. Ahí cosas inexplicables, sean merecidas o no.
Ha pasado algo más de seis meses. Mi vida sigue (o eso creo), pero aún tengo que aprender a convivir con ese peso en la espalda que me desequilibra física y emocionalmente. No sé quién dijo que las lágrimas no nos tienen que impedir ver el sol, pero en algunas partes del norte es casi siempre de noche. Estaría bien vivir en algún sitio donde fuese de día sólo cuando uno quisiera….
Todavía arrastro las consecuencias de aquella historia insana. Fumo demasiado, y he creado dependencia por el café. Por las mañanas tengo mal humor, y por las noches tengo que dormir con una luz encendida. Además, he cogido miedo a las películas de amor, y casi siempre antes de sonreír intento pensármelo dos veces. Pero, sin embargo, a veces miro a mi alrededor y aprieto la mano de los que tengo a mi lado, como agradecer la fuerza y la paciencia que tienen por aguantarme o sobrellevarme en los momentos en los que ni yo misma me soporto. Pero es que hay veces que el subconsciente me persigue y no me pregunto qué hice yo para merecer aquello, sino cómo fui capaz de quererle hasta el punto de haberle perdonado todo.
Me gustaría volver a sentir aquel amor infinito por alguien. Volver a elegir tejados o seguir haciendo cábalas sobre el futuro sentada en la barandilla del Ponto Vecchio. Pero los viejos dicen que no se debe volver atrás ni siquiera para tomar aire. Ojalá que mi problema no sea haberme quedado anclada en el pasado. Ojalá que el pasado no sea un castigo plomizo que tenga que arrastrar durante toda la eternidad….

2 comentarios:

  1. Una verdad como un templo Silvia! De todos modos no te justifica para que fumes más eh? eso ha sido un intento fallido. Y, si, tu vida sigue, al igual que la de todos. Me encanta leerte, espero el próximo ya, jeje.

    Héctor

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  2. Jo Héctor, muchas gracias por el comentario!!
    Después de esta entrada me habéis llamado todos los que me tenéis aprecio en manada! jajaj
    Pero yo estoy bien (a pesar de fumar tanto... jajja)
    Pues nada, el próximo prontito, Ipromess you....

    Gracias por leerme. Te envio un beso muy fuerte.

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