lunes, 15 de marzo de 2010

Requiem


Creo que Delibes se merece un réquiem.
Quizá su muerte ha servido como recordatorio para decirnos a todos que debemos de leer (o releer) sus magnificas obras. Dejarnos de tanta novelilla histórica poco consistente y buscar las exquisiteces del arte, y creo que Delibes podría estar orgulloso que muchas de esas delicatessen están firmadas por él. Pero por desgracia, como ha acontecido tantísimas veces en el arte, necesitamos el fallecimiento para recordar lo afortunados que fuimos de que gente cómo él nos honró dedicándonos historias geniales.
De Delibes he leído bastante y, como todos los demás hacen, destaco la verosimilitud de sus personajes, su prosa costrumbísta y su capacidad para recrear a la perfección paisajes y tareas honradas como puede ser la agricultura, la ganadería o la caza. Leyéndole a él, los que somos urbanos por naturaleza y por circunstancias, descubrimos y nos deleitamos con un mundo que, a veces, nos parece lejano por la contraposición de ritmos y costumbres. En Madrid no hay playa, ni tampoco se ve maquinaria del campo atravesar las calles, pero después de leer a Delibes resulta fácil de imaginárselo. Igual que cuando terminé “Cinco horas con Mario” fui capaz de entender el dolor de mi madre durante el velatorio de mi abuelo.
Supongo que sería un tópico aludir a la fuerza de la literatura para recrear universos y situaciones a veces oníricas pero, es inevitable. Y creo que es precisamente eso lo que la hace tan necesaria, y por lo que todos alguna vez soñamos con escribir.
Por suerte, el arte nunca muere. Y más cuando ese arte imita a la vida más que lo que la vida imita al arte.

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