jueves, 28 de enero de 2010
El negocio de la cultura
La SGAE parece que, desde el pasado 2009, tiene la presunción de recuperar el protagonismo que nunca ha tenido en la sociedad civil de este país. Es decir: lo único que hacía este organismo PRIVADO hasta ahora era, básicamente, salvaguardar los derechos intelectuales de la comunidad cultural española. Y parecía que con cobrar la estipulada cuota todos eran tan felices. Pero, según asemeja, esta entidad está también sufriendo la dolorosa crisis económica y, por lo tanto, ha decidido sacar la pasta de debajo de las piedras, reivindicando tributos absurdos que, en mi opinión, sobresalen de los límites del sentido común. Pero en este país resulta muy natural poner la mano y, muchas veces, justificándose en razones absurdas que contradicen no sólo los procesos históricos sino, además, una metodología científica (basada en el binomio causa-efecto) de las cosas. Porque creo que hasta ahora la SGAE no ha estudiado con atención lo que se entiende por “cultura de masas”. Y es que, a partir del siglo XX se produce una recesión de sentido en el término “arte” debido a la imposición del sistema capitalista como paradigma de estructura económico a nivel global, lo que conlleva una inevitable vulgarización del arte, hasta entonces entendido de una manera romántica que englobaba, únicamente, a ciertas disciplinas (pintura, escultura, arquitectura, música de élite,…) a las que únicamente podía acceder la clase privilegiada. Pero el avance tecnológico (unido al concepto de sociedad global) trae consigo nuevas formas de expresión que, ahora, necesitan clasificarse para tomar sentido. Es ahí donde surge, entre otras cosas, el cine, la música y la literatura de masas (aunque aquí habría que añadir una nota al pie ya que la evolución y/o globalización de ésta tiene una cronología diferente debido a la aparición de la imprenta en el siglo XV) que modifica, sobretodo, uno de los pilares sobre los que, hasta entonces, se había sustentado la definición de arte: el proceso creativo. Ahora, los parámetros de creación responden a una exigencia plutocrática, que es la ley de la oferta y la demanda. Así, el modelo de cine que impone Hollywood (que para casi todo resulta muy explicativo) promueve una aculturación a través de dichos productos culturales; es decir, ahora se habla de objetos cuyo fin es mercantilista y, hasta cierto punto, socializador. Todo esto podría resumirse en que los mecenas del arte en el mundo capitalista ya no buscan el impacto interior e individual en el emisor sino que, en contraposición, con los productos culturales se espera hallar unos beneficios comerciales. Así, este negocio está sustentado en el cimiento de la máxima difusión. Y el principal vehículo de difusión son los medios de comunicación de masas. Sintetizando ideas y conceptos, si nos basamos en la teoría clásica de la aguja hipodérmica podríamos decir que, entre otras cosas, los mass media difunden estímulos que conducen a que los individuos respondan de una forma parecida y uniforme sin olvidarnos de que los efectos de la comunicación de masas son poderosos, uniformes y directos (a lo que se debería añadir la teoría de Baudrillard que afirma que “la gente vive en un mundo tan mediado por los medios que la verdadera realidad se deja de lado). Por lo tanto, es de sentido común que las industrias privadas y operantes en el campo de la cultura utilicen dichos medios como soporte para sus estrategias de producto y sus objetivos de marketing y publicitario. De esta manera, teniendo en cuenta que serían, por ejemplo, las propias discográficas las que enviaran sus nuevos lanzamientos a las emisoras de radio…. ¿por qué tenemos que pagar el dichoso canon? Es algo que, como mínimo y por ilógico, resulta sorprendente. Hasta ahora, el modelo de pay per view no se ha impuesto al modelo funcionalista clásico de dichos medios (lo que para la televisión y los medios electrónicos puede resultar un paso bastante sencillo pero en cuanto a la radio constituye, en mi opinión, un proceso bastante complicado) lo que supone que los oyentes no elegimos que tal emisora nos ponga dicha canción. ¿No sería, entonces, más lógico y normal que fueran las emisoras las que pagaran el canon? Y, aún así, ¿este canon no debería de pagarse únicamente en el momento que las distribuidoras decidieran de utilizar a los medios de comunicación de masas como vehículo de difusión productiva?
Resultaría impropio olvidarse de que detrás de todo esto están los intereses privados: detrás de las discográficas, detrás de las radios y, también, detrás de la SGAE. ¿Reclamamos nosotros el canon por la manipulación a la que estamos continuamente expuestos por el simple hecho de formar parte de una sociedad de masas? No, porque sería insensato reclamar, ante el exceso de publicidad, ante la monopolización de contenidos,…, daños y perjuicios por la continua vulneración a la libertad de pensamiento, de juicio, de elección, de identidad,… Aunque, claro, para aventurarnos en dicha hazaña igual deberíamos de constituirnos como Sociedad. Seguramente entonces nos harían mucho más caso ya que en la sociedad capitalista se anteponen los intereses económicos a los principios éticos y morales.
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Amen hermana
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