miércoles, 3 de marzo de 2010

Decadencia


Tengo olvidada la literatura. Quizá porque desde hace no mucho tiempo he cogido un miedo extraño a soñar. Puede ser que desde el día en que mi prima me regaló un artilugio que permitía controlar nuestra mente dormida. Si hasta los sueños pueden ser dirigidos, la vida me parece ser un auténtico aburrimiento. Por eso no lo he usado nunca, y quizá por el mismo motivo he dejado de escribir. Al fin y al cabo, casi nunca termino las cosas que empiezo y ya comienzo a estar cansada de dejar todo a medias. Igual debería de limitarme a vivir y punto, es lo que hace el 99% de la humanidad, sin preocuparse por la parte bonita de las cosas o de los acontecimientos. Pero tengo un amigo que dice que yo nací melancólica (¿esto lo he confesado ya alguna vez?) y que mi empeño por encontrar el lado artístico a todo me portará, irremediablemente, a la decadencia.
Los pintores franceses de principios del XIX fueron decadentes, y también lo fueron Pergolesi y los grandes compositores de música sacra. Decadente de alguna manera es Almodóvar, siguiendo la línea de la Nouvelle Vague francesa. También Simone de Beauvoir, que no le quedó más remedio que autoconvencerse de que Sartre la quería a pesar de las infidelidades, y lo fue Janet Flanner, a la que no quisieron nunca. También en decadencia vivió y murió Jeanne Hébuterne que, tras la muerte de Modigliani, saltó desde su apartamento de la rue Amyot de París embarazada de nueve meses.
Todos ellos han pasado a la historia mientras que yo, estoy destinada a caer en el olvido por mi extraña manía de no llamar la atención. Porque tengo miedo a destacar sobre los demás y que descubran realmente quién soy. Que puedan alcanzar esa parte en la que se me puede hacer daño y feliz de la misma manera. Soy decadente, sí, pero no masoquista y, como todos los demás, tengo un miedo atroz a sufrir. Pero de vez en cuando, conoces a alguien que te mira haciéndote sentir especial y, cuando no te das cuenta, te acaricia la mano, te mira a los ojos y te dice: “unas veces se gana y otras veces se pierde” y, de manera asombrosa, consigue apaciguar los miedos… Entonces miras a tu alrededor y te das cuenta que ya no estás en Madrid, sino en Lisboa, paseando por la Alfama y deteniéndote a disfrutar de un fado proveniente de una pequeña plaza atestada de flores y coches mal aparcados. En un restaurante, una pareja de italianos disfruta de una patanisca de bacalhau. Ella tiene el pelo largo, oscuro, y la piel perfectamente bronceada. Él te mira como si, en otro tiempo, hubieseis compartido más que una ciudad pero tú, ahora, estás preparada para regatearle la mirada y sigues andando, perdiéndote en las profundidades del Tajo que, antes de desembocar, pasa por Abrantes, Portalegre y Santarém. Nosotros, antes de decaer, también debemos viajar.

Ya sabes que lo digo por ti.

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