miércoles, 18 de noviembre de 2009

Sobre arte


Hace tiempo, bastante tiempo, me enredé en una semi discursión con un profesor que me acusaba de esteta por generalizar en las descalificaciones hacia la cultura norteamericana. “Eres demasiado radical”, me dijo, “¿en qué te basas?”. Le contesté que lo hacía según el concepto de arte y entonces a él se le pusieron los ojos como platos y me dijo: “muy bien... dime, ¿qué es el arte?” Reconozco que me pilló desprevenida y no supe qué responder, yéndome por las ramas con un discurso que no tenía nada qué ver, intentando camuflar mi ignorancia.
Algo de tiempo más tarde, descubriría una frase en la obra de Schelling (que lamenté desconocer en su momento) en la que dice que el arte (y, por lo tanto, a lo que es arte) se acompaña del “sentimiento de una paz infinita”. Lo que Kant, en su Crítica del Juicio, denomina satisfacción estética.
Por supuesto que no entraré en divagaciones sobre la Teoría de la Estética (salvo petición popular, lo que no creo que ocurra) por miedo a caer en la pedantería y en la vanidad pero, sin embargo, creo que el arte se merece ser tratado con inteligencia e intelectualidad. Quiero decir: no podemos (ni debemos) confundir los productos de la Industria Cultural con el arte, porque son dos cosas completamente diferentes. El arte y, por tanto, los objetos artísticos, están sustentados en un proceso previo materializado en la idea a través de unas técnicas, un conocimiento y una investigación precedente. Este esquema de desarrollo podría dar lugar (y digo podría porque aquí es dónde reside la subjetividad del arte, en el receptor) a un objeto artístico. Pero no quiero que alguien se pueda confundir pensando que lo que “no nos gusta”, por tanto, deja de ser arte. Explicaré esto basándome en un ejemplo muy sencillo: tuve un novio que delante de un cuadro de Miró (por el que no me siento especialmente atraía) me dijo: “¿y esto es arte? ¡Esto lo hago yo!” Bien, él en ese momento confundió unas cuantas cosas. En primer lugar, confundió Objeto Artístico con Proceso Artístico (que, a grandes rasgos, podría resumirse en que obvió los aspectos que Miró previamente había analizado y que le llevaron a expresarse de esa manera) y, a la vez, confundió Juicio con Idea (juicio, como dije antes, implica subjetividad porque corresponde al receptor, mientras que Idea implica objetividad, ya que es la base de la que parte el trabajo artístico). Haber leído a Kant no le habría venido mal.
Como Producto Cultural podría entenderse a aquel fundamentado en otro tipo de estudios: los estudios de mercado. Nace con el capitalismo, con la producción en cadena. Y este nuevo modelo económico tiene como denominador común para todo el sistema productivo y de consumo la ley de la Oferta y la Demanda (que, como anécdota, diré que es la única hipótesis que en las ciencias sociales ha alcanzado el rango de ley). Así, la cultura y sus representaciones materiales entran a formar parte, también, de este paradigma de modelo de mercado. Gracias al estudio de la Demanda, se crea la Oferta (en colaboración con la capacidad de las Relaciones Públicas, la Publicidad y el Marketing para cambiar los gustos del consumidor, en lo que entraré en otro momento), lo que homogeiniza la creación cultural según un determinado target. Desaparece así, de esta manera, el concepto de subjetividad que implicaba la recepción del objeto artístico (que, recuerdo, era individual y no colectivo, como en este caso), aunque sí puede mantener la parte objetiva (la idea, que aunque es distinta de la idea de partida del arte romántico, responde a una lógica clara).
No quiero alargarme demasiado sobre conceptos que para muchos pueden resultar abstractos y creo que por hoy ya sería suficiente pero concluiré contando una anécdota que me ocurrió el pasado verano y que me llenó de felicidad. Mi prima (cuya formación es mínima, lo que en este caso puede ayudar a entender lo que pretendo explicar) vino a verme a Florencia y fuimos a los Uffici. Nos paramos delante de “El nacimiento de Venus”, de Botticelli, y, prácticamente, se le saltaban las lágrimas. No paraba de decir que era precioso, increíble, mágico,... Entonces yo le pregunté si es que nunca antes había visto el cuadro, aunque fuera en alguna publicidad o en algún libro. Me dijo que sí (como era de esperar, ¿quién no ha visto nunca una referencia a la Venus de Botticelli?), lo que me hizo confirmar qeu ella estaba experimentando lo que que se conoce como aura. El aura (para Durckeim), de manera muy resumida, vendría ser el alma de una obra de arte; eso que se experimenta cuando nos colocamos delante de un objeto y que (volviendo al principio) nos trasmite paz; la idea de que estamos ante algo único, auténtico, con posibilidad de ser copiado pero no de ser reproducido. Y es precisamente del aura de lo que carece los Productos Culturales. A ningún cuerdo se le saltarían las lágrimas mientras escucha un disco de Britney Spears o mientras ve una película de Jean Claude Van Dame (rozando el colmo de las exageraciones).
Cuando salió de los Uffizi, mi prima compró la lámina de “El nacimiento de Venus” a tamaño natural. Habría tirado abajo mi teoría, de no ser porque ella, desconociéndolo, no estaba comprándo una simpre lámina sino que compraba lo que ese cuadro, cuando estuvo delante de él, le había transmitido
Termino citando a Enrique Jardiel Poncela: “En arte, lo verdaderamente original repugna a las masas”.

2 comentarios:

  1. Estoy totalmente de acuerdo con este post. Aunque no lo creas me encanta el arte y no se si lo sabes, yo estuve estudiando un año de historia del arte.
    Con respecto a mi blog, no suelo hablar de moda, pero ayer me apeteció.
    Un saludo

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  2. escribes muy bien me ha gustado mucho tu blog en especial este spot, no entiendo mucho sobre Arte pero me gusta.

    Un saludo

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