viernes, 13 de noviembre de 2009
Reflexión sobre la (in)decencia
Ayer Peces-Barba (al que no hace falta decir que admiro) publicaba en El País que desde que llegara Zapatero al Gobierno hemos vivido “los años de convivencia, libre y democrática más largos y más fructíferos de nuestra historia, pero no son años exentos de peligros y de enemigos”. Horas después, Francisco Camps declaraba que a Ángel Luna –líder socialista en la Comunidad Valenciana – le encantaría “verle boca abajo tirado en una cuneta”. A este hombre, sin duda, los millones que ha robado a los valencianos le ha hecho perder la cabeza. Es más, minutos después (seguramente a imperativo de Rajoy, que parece ser que es el único que aún cree que su partido puede estabilizarse y comenzar de cero) tuvo que disculparse. Pero ¿de qué sirve tirar la piedra y esconder la mano? Aunque, bueno, Camps lleva escondiéndola bastante tiempo: desde que se metiera en el bolsillo de atrás el dinero de las arcas públicas.
Dicen que a los españoles nos caracteriza el ser una sociedad envidiosa pero, sin embargo, yo creo que lo que somos es más bien unos sinvergüenzas. La falta de apocamiento con la que últimamente profesan los miembros del Partido Popular hacen que me ruborice (y valga la redundancia) que ocupen un lugar en el Parlamento Democrático por el que mis antecesores lucharon allá por el decenio del setenta.
Pero parece ser que ante la corrupción, los ciudadanos no podemos hacer nada más que alarmarnos y gritar en las charlas de café que han perdido la cabeza, que son unos ladrones y … ¡poco más! Nos hemos hecho a la idea de que nos seguirán robando, que seguirán metiendo la mano en bolsa ajena y comprándose Infinitis con nuestro peculio. Será solamente en las generales cuando nosotros sentenciemos pero no creo que ese fuera la democracia de la que hablaba Plutarco. Es más, creo que le causaría rubor el pensar que actualmente estamos peor que los áticos en el siglo V a.C. Porque nos auto engañamos creyendo que la democracia representativa sea un sistema justo. Igual si dedicáramos dos horas menos en el centro comercial y nos limitáramos a tan sólo tres gin tonic los fines de semana, nos sobraría algo de tiempo para alzar la voz y decir: “eh, ¡esperad! Que aquí pasa algo raro…” Entonces, igual, pensábamos en luchar por lo que es nuestro, por lo que verdaderamente necesitamos. Y yo creo que en los tiempos que corren no es más que el reconocimiento a nuestro trabajo y sueldo, al que los peperos han perdido todo el respeto al malversar nuestros tributos. Pero eso, desgraciadamente, requiere un esfuerzo (parece ser que sobrehumano) para el que no estamos preparados. Una democracia activa (ya no digo directa, por miedo a caer en la utopía) en la que se escoltara aquello del otros vendrán que buenos me harán.
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