sábado, 14 de noviembre de 2009

Italia. Primera Parte


Durante el tiempo que pasé en Italia estuve sometida a grandes críticas. El hecho de ser mujer, que hiciera un Master mientras trabajaba y, encima, española es ya, de por sí, bastante complicado en un país sometido a régimen dictatorial. Sin embargo las críticas venían, sobre todo, a raíz de mi negativa a depilarme los brazos.

- Mirad –dije en mitad de una conversación entre amigos-, no creo que tenga tanto vello y, además, en España no es ningún problema que las mujeres no se depilen los brazos.

Me alegré de que en España cada vez más cosas dejasen de ser un problema, porque eso significaría que somos más tolerantes. Pero bueno, esto sería una afirmación bastante positivista por lo que mejor quedarse en la superficie y basarse en las comparaciones.
Comienzo alegrándome de que un bolso de Louis Vuiton no suponga el sentido de la vida de las españolas como lo es para las italianas; continúo alegrándome de que para nosotras la validez de la mujer no se demuestre únicamente si entras en unos pantalones de la 32; y termino alegrándome de que en España no tengamos a un líder como Berlusconi que nos represente.
No sé si todo el mundo pudo ver la respuesta que dio a Miguel Mora el pasado 10 de septiembre en rueda de prensa conjunta con Zapatero que demostró nuevamente tener lo que para la costrosa derecha de este país es motivo de burla: talante. En resumidas cuentas, el Cavaliere vino a responder a la sensata pregunta del periodista de El País de que las bailarinas, azafatas,…, que suelen rodearle no son más que futuras asesoras parlamentarias que estaban sometiéndose a un proceso de selección (vamos, una entrevista de trabajo) y que las prostitutas a las que se vio en topless en su casa de Cerdeña no eran putas, sino amigas de un amigo suyo, empresario de Bari, al que había invitado a su palacete unos días para discutir diversos asuntos; estas señoritas, para Silvio, eran una ‘agradable decoración’ en un encuentro entre hombres “que debían tratar asuntos importantes”. Además, para poner la guinda al pastel, decidió nominarse como el mejor presidente que había tenido Italia en los últimos 150 años. Si seguimos con los paragones, igual si se le mete a confrontación con Andreotti se produzca un empate técnico.
De lo que no cabe duda es que Berlusconi se lleva la victoria cuando se habla del político más corrupto (anteponiéndose, por poco, a algunos líderes del Partido Popular), el más impresentable, el más machista/misógino, el más mafioso y el más odioso de todos los presidentes europeos. Eso sí, los italianos pueden estar contentos de que, por lo menos, tienen el presidente más guapo (y esto, por favor, entiéndase desde la ironía) de toda la Comunidad, gracias a que buena parte de sus impuestos seguramente se destinarán a pagarle sus inyecciones capitales y de botox. Y, otra parte, para costearse las meretrices.
Sin embargo, a pesar de tener muy buenos amigos italianos, no me preocupa la situación que viven. Si le siguen votando, significa que es lo que quieren. Aunque, lógicamente, si me alarma como mujer el hecho de que este hombre se permita declarar en público que (y hago traducción literal) “para mí las mujeres se dividen en dos categorías: aquellas a las que se puede mirar y potencialmente usables, cuya inteligencia puede ser eventualmente opcional pero que no ofuscase su físico en cualquier caso, y todas las demás. Las no convencionalmente guapas y las ancianas son aceptables sólo si resultan adorables. Si no caerían sin más en el cajón de la inexistencia”.
Sabiendo lo que para Silvio supone ser la primera categoría, termino (por ahora) alegrándome de resultarle inexistente.

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