martes, 17 de noviembre de 2009

Borja Thyssen


Mingote dijo de Madrid que “era como un mujer no demasiado guapa pero de ésas sin las que no se puede vivir”. En mi opinión es cierto, aunque si contabilizamos la belleza en arte creo que vamos bastante sobrados.
Todo el mundo sabe que Madrid posee, ordenado en su Triángulo del Arte, una de las colecciones más importantes y ricas de la Historia del Arte. El Reina Sofía, el Museo del Prado y, como último vértice de referencia, el Museo Thyssen.
Para mí, la colección de Villahermosa es una de las más interesantes y variadas, ya que se pueden encontrar obras (casi todo pinturas) que van desde el Gótico hasta el arte contemporáneo, con trabajos de Tom Wesselmann o Lucian Freud. He de reconocer que desde un punto de vista museológico las pinacotecas madrileñas gozan de una buena salud pero es especialmente destacable la presentación y estructura del museo Thyssen, donde está cuidado hasta el más mínimo detalle para que el visitante pase un rato agradable. El único contra que una más que aficionada al arte puede encontrar es el elevado precio de la entrada que, es probable, podría comenzar a subir. ¿Por qué tengo esta sospecha? Bien, los medios de comunicación han insinuado que Borja Thyssen está arruinado y que, por tanto, reclamará a su madre y a la Fundación que esta dirige (es decir, el Museo) su parte de la herencia.
La leyenda cuenta que un día llegó a la pinacoteca, sin ningún tipo de pacto con el Gobierno, dispuesto a llevarse al salón de su casa un cuadro de Goya y otro de Corrado Gianquito, que él considera suyos. Por supuesto, se fue con las manos vacías pero el hecho me resulta particularmente interesante. Los medios de comunicación dijeron que no pudo concluir la hazaña porque él no es heredero directo de la herencia del Barón, sino que es beneficiario, lo que significa que su patrimonio está, aún, agrupado en el de su madre. Sin embargo, lo que a mí personalmente me llama la atención es que este hombre (ignorante por naturaleza y, de hecho, durante varios años lo está demostrando) piense que puede un día levantarse y decir: ¡ala, cariño, me voy a por los cuadros! Sí, muy fuerte. Muy fuerte que nadie haya dicho en esta historia que el Gobierno pinta algo en esto del Patrimonio Cultural, y que en España (por suerte) la legislación dice que “cualquier obra de más de 100 años necesita de un pérmiso para moverse o en caso de salida del país”. Todo lo que se haga sin dicho certificado, se considera una falta grave que es castigada, llegando incluso a pena de cárcel que podría solicitar la fiscalía (que, en este caso, sería el Estado en nombre de todos los ciudadanos).
Porque Borja tiene que saber que su “herencia” no es una simple colección de cromos de la que puede disponer a su libre antojo para solucionar sus problemas (y los de su mujer) económicos actuales. Porque intuyo que este muchacho (cuya formación en arte me parece bastante dudosa) pretendía, luego, poner los cuadros a subasta y venderlos al mejor postor. Un Goya aseguraría el futuro a cualquiera pero, desde luego, aún desde la legalidad de su actividad, creo que no encontraría ningún postor en España para el lienzo. Por lo tanto, “Una mujer y dos niños junto a la fuente” estaría destinado a manso extranjeras. ¿Nos podemos permitir la emigración de obras de arte? A mí me parece que sería dar un paso hacía atrás, y mucho más teniendo en cuenta que el arte (y, sobre todo, ser poseedores de la colección más rica de Goya y Lucientes) es uno de los motivos del flujo turístico en Madrid. Por lo tanto, si Borjita se pone farruco, el Gobierno (digo yo) deberá de intervenir.
En cualquier caso, se debe decir también que, en cierta medida, yo también soy “copoprietaria” de esos goyas, de esos velázquez o de los grecos que lucen en nuestras pinacotecas. ¿Acaso nos olvidamos que dichos Museos (desde hace mucho, mucho tiempo) se subvencionan y mantienen a través de los impuestos de los madrileños? Si todo el mundo tuviera la misma osadía de Borja, se presentaría un día en el Museo del Prado junto a un operario de Legalitas reclamando la posesión (durante el tiempo correspondiente) de El Jardín de las Delicias.
Por suerte no todos tenemos la insolencia del patético Borja. No me extraña que su madre prefiera no hablar de él.... Por cierto, ¿este chico no ha pensado nunca en ponerse a trabajar? Venga, majete, ¡pico y pala!

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