domingo, 28 de febrero de 2010

Gran Tortura


Un apunte muy breve.
Lo de Telecinco con Gran Hermano me parece que no tiene nombre, que está comenzando a ser una broma de mal gusto. ¿O es que se creen que no tenemos suficiente con once ediciones que esta temporada, además, nos premian con el reencuentro? Si los que defendían la telebasura no creen que esto es una dictadura mediática que me digan entonces lo que es.
Llega un momento (como creo que nos ha pasado a todos) que te hace gracia el hecho de que de un casting se pueda encontrar a las personas más raras de nuestro país (y, en algunos casos, de fuera de él). Y póngase como ejemplo la fauna que hay en este momento en la famosa casita de las narices.
Al inicio de los tiempos, tanto la cadena como sus correspondientes productores se llenaban la boca diciendo que aquello era un experimento social, basado en “1984” de George Owell. Pero quién haya tenido la suerte (y el buen gusto) de leer el libro se dará cuenta de que Gran Hermano no sólo no es un experimento social sino que, además, se está convirtiendo en una tortura y un ejemplo malísimo de la excentricidad del ser humano.


Continuaré…. Como continuará Gran Hermano, desgraciadamente.

jueves, 25 de febrero de 2010

No es por ti, es por el fútbol


Tan sólo una pequeña línea separa el universo femenino del masculino. Si ellos la atravesaran se encontrarían con un espacio cargado con toneladas de zapatos y vestidos, con cenas en una playa griega, con millones de perfumes, con un montón de pelis románticas y canciones de amor. Sin embargo, cuando somos nosotras las que cruzamos esa delicada línea lo que se nos abre es tan solo una cosa: el maravilloso mundo del fútbol. Con todo lo que eso conlleva: chándal, amigos, botellines y expresiones como “¡métela!” o “¡corre, corre que llegas!”

Para los hombres, hay tres momentos claves que les definen como tal: su primer cubata, su primera chica y la primera camiseta de su equipo. La foto con la equipación, con el balón en la mano y más repeinados que el día de su Comunión es como el bautismo en algo que marcará sus vidas. Y lo hará hasta tal punto de convertirles en seres completamente alienados que piensan y se planifican según el calendario oficial de fútbol. De hecho, tanto es así que, después de cuatro meses, aún no he podido presentar a mi novio a mis amigas. “Mira, tesoro, los fines de semana hay Liga, los martes y miércoles Champion… ¡estoy muy liaó!” “Bueno, dije yo, siempre podemos quedar el jueves…” A lo que él respondió: “no, no… déjate que el jueves hay UEFA”. Claro, ¡UEFA! Unión de Estúpidos Faltos de Aptitudes.

Pero lo que me consuela es que no soy la única que de vez en cuando querría tirarse de los pelos ante ese tipo de comportamientos. Una amiga me contó que un día su novio le cogió la mano y le dijo: “sólo cambiaría este momento por una final del Mundial España-Italia”. A esta chica los ojos se le abrieron como platos, lo que él debió de interpretar como emoción ya que la confesó que la habría llevado al motel del km 23 de la A4 si el Atleti aquella noche no hubiese jugado en casa.

Algo que he descubierto hace relativamente poco tiempo es que para los hombres no existe únicamente el partido, sino que además existe el previo y el día después. Es decir: necesitan tiempo para analizar las alineaciones, para valorar posibles jugadas, cuál sería la delantera perfecta y estudiarse los posibles cambios. Teniendo en cuenta tanta capacidad reflexiva no podemos sino preguntarnos por qué luego se ponen tan nerviosos cuando les pedimos opinión sobre cómo nos quedan unos pantalones. ¿Cómo son capaces de acordarse de quién era el portero del Barça en la temporada 95-96 y no recordar el día de tu cumpleaños? Pero, lo peor de todo, es que si esto se lo dices a ellos son capaces de ofenderse y responderte que para las fechas son muy malos.

Sin embargo, en toda relación existe un momento decisivo en el que le sueltas “o el fútbol o yo”. Él te mira recordando aquel gol por la banda o aquel penalti en la prórroga y, con la boca pequeña, te dice: “tú, cariño”. Y para celebrarlo sales esa misma noche a cenar pero te das cuenta de que, casualmente, a partir de las ocho y media de la noche le empieza una incontinencia renal nunca antes conocida y que cuando viene del baño lo hace frotándose las manos y con una sonrisa de oreja a oreja. “¿Qué me decías, amor mío?”

lunes, 22 de febrero de 2010

Yo olvido, Él olvida, Nosotros olvidamos


Supongo que llega un momento en el que todos necesitamos pasar página. Marcarnos un punto de inflexión y decir: “hasta aquí, ya vale”, pero ojalá que fuese tan fácil el hacerlo como el decirlo. Para avanzar es necesario no sólo perdonar sino también olvidar, y ahí viene lo complicado, ya que soy de la opinión de que existen cosas inolvidables. Cosas que nos marcan de por vida y que nos perseguirán durante todos los días que sigamos respirando. Y la cosa se complica cuando no se puede valorar si los recuerdos bonitos pesan más que los malos, si en algunos casos es mejor el hecho de haber vivido que el de vivir. Lo sé, suelo ser bastante abstracta para según que cosas pero si en vez de hablar con el corazón lo hiciese con la cabeza, más de uno de asustaría…
Me viene a la cabeza la noche en la terraza del aquel hotel en Via Nazionale, cuando nos tomamos una botella de vino soñando cuál de todos los tejados de Florencia sería el nuestro; también el momento en el que, al levantarme, al otro lado de la cama estaba escrito “Ti Amo” con pétalos de rosa, o el día que tuvimos que andar más de veinte kilómetros porque habíamos perdido el último autobús. También me acuerdo de cuando me besaba de repente y sin esperármelo, o de cuando nos encontramos de repente con La Traviatta en la Piazza de la Signoria. En momentos como ese, me cogía la mano y me miraba, y yo suponía que sus ojos me estaban diciendo lo mucho que le gustaba verme feliz.
Sin embargo, luego llegaba la realidad. El momento en que los abrazos se convertían en angustias y los besos no eran más que una simple anécdota. Recuerdo que me quería morir, no sé si de pena o de miedo. Y siempre me preguntaba por qué lloraba, pero yo no era capaz de decirle más que lo hacía por tristeza, a lo que él contestaba de la misma manera que cuando le preguntaba que por qué lo hacía. Ahí cosas inexplicables, sean merecidas o no.
Ha pasado algo más de seis meses. Mi vida sigue (o eso creo), pero aún tengo que aprender a convivir con ese peso en la espalda que me desequilibra física y emocionalmente. No sé quién dijo que las lágrimas no nos tienen que impedir ver el sol, pero en algunas partes del norte es casi siempre de noche. Estaría bien vivir en algún sitio donde fuese de día sólo cuando uno quisiera….
Todavía arrastro las consecuencias de aquella historia insana. Fumo demasiado, y he creado dependencia por el café. Por las mañanas tengo mal humor, y por las noches tengo que dormir con una luz encendida. Además, he cogido miedo a las películas de amor, y casi siempre antes de sonreír intento pensármelo dos veces. Pero, sin embargo, a veces miro a mi alrededor y aprieto la mano de los que tengo a mi lado, como agradecer la fuerza y la paciencia que tienen por aguantarme o sobrellevarme en los momentos en los que ni yo misma me soporto. Pero es que hay veces que el subconsciente me persigue y no me pregunto qué hice yo para merecer aquello, sino cómo fui capaz de quererle hasta el punto de haberle perdonado todo.
Me gustaría volver a sentir aquel amor infinito por alguien. Volver a elegir tejados o seguir haciendo cábalas sobre el futuro sentada en la barandilla del Ponto Vecchio. Pero los viejos dicen que no se debe volver atrás ni siquiera para tomar aire. Ojalá que mi problema no sea haberme quedado anclada en el pasado. Ojalá que el pasado no sea un castigo plomizo que tenga que arrastrar durante toda la eternidad….

La necesidad de la utopía


El otro día me encontré realizando un comentario sobre la utopía nacido de las entrañas de un libro de Sartori. No sé si la conclusión a la que llegué es la correcta pero, sin embargo, me parece que seguir creyendo en la contrucción de imposibles resulta un ejercicio plenamente placentero. Eso sí, reconozco que no por ello exento de inconformidad y, quizá, algo de inmadurez pero que, en cualquier caso, opino sea necesario para sobrevivir en un mundo cargado de banalidad.
Sé que lo fácil es posicionarse al otro lado; atravesar la línea la línea de lo real y dejarse llevar por lo indiscutible y lo práctico pero casi nunca tengo fuerzas para luchar en contra de lo que soy. ¡Qué pena, eh! Seguramente sea porque me apasiona Dalí, y porque mis novelas preferidas las firman escritores sudamericanos.
Volviendo al tema, intentaré justificar por qué creo que es necesario la persecución de ideales aunque nos acusen de románticos.
Comparto con Sartori la idea de que la utopía podría traducirse como contemplación, pero añadiría también el acto de reflexión. El hecho de crear “ciudades ideales”, siguiendo a Marx, implica no sólo la idea utópica de materializar un estado que para él era ideal sino, también, la representación de que es viable un posible cambio en el sistema de organización social.
Sartre persiguió durante toda su teoría la idea de que el hombre está condenado a elegir. Sin embargo, el exceso de realismo nos podría impedir este acto de elección si aceptamos que la estructura política impuesta es la correcta y la única posible. Por lo tanto, la reflexión sobre el ideal de las cosas es lo que debiera llevarnos al cambio y a la apertura de un abanico de posibilidades que aumentarían la calidad en la convivencia social.
Creo que las revoluciones románticas, como la Primavera de Praga o el Mayo Francés, se han sustentado sobre esta motivación de ampliar las opciones de los individuos más aún que el hecho de convencer sobre cuál es o no la tendencia política correcta.
Breton dijo: “la imaginación no es un don, sino el objeto de conquista por excelencia”, y los revolucionarios del 68 lo tomaron como eslogan. Realmente, por todo esto, creo que la utopía es necesaria en la política y lo social, a pesar de que muchas veces su falta de pragmatismo la relegue a la escena de lo absurdo.
No creo que existan estados ideales, pero si confío en que la imaginación (llámese también utopía o absurdo) puede llevarnos al cambio, a la evolución y la mejora de los ciudadanos. Y es ahí donde la política, en mi opinión, tendría su rol principal.

sábado, 20 de febrero de 2010

Indecisiones y posibles caprichos


Si en determinados momentos parásemos el tiempo y nos pusiésemos a valorar, nos daríamos cuenta de que somos felices. Seguramente aquel segundo es el que has soñado tu vida, el que recreabas de pequeña con tus amigas y en el que pensabas antes de meterte en la cama. Sin embargo, por una extraña razón desconocida del ser humano, una parte de nosotros nos hace tirar para delante, fingir como que no pasa nada y transcurrir con nuestras vidas como si aquello no fuese más que una anécdota. Una anécdota o un secreto que no se cuenta ni siquiera a la almohada, por miedo a que también esta te diga que tienes todo lo que siempre habías querido.
Pero, por fortuna, siempre hay gente alrededor que te mira directamente a los ojos, te aprieta fuerte del brazo y te dice: “no lo estropees”. ¿Qué no lo estropee? Me pregunto yo…: “¡Si yo soy una experta en estropearlo todo!” Y es que realmente es así. No creo que yo sea lo ideal en algo, que sea eso a lo que alguien aspira. Y reconozco mis defectos casi tanto como puedo reconocer que alguien tiene los ojos claros u oscuros pero, a pesar de todo, tampoco eso me hace actuar tal y como debo.
Siempre me ronda la duda del estar equivocándome, del estar poniendo toda la carne en el asador y… ¿para qué? Al fin y al cabo hay cosas que nos marcan, de las que sí que no podemos desprendernos y que, de alguna manera u otra, te cambian hasta el punto de volverte en una estúpida caprichosa por miedo a sufrir. Pero alguien ya dijo que el sufrimiento es una carta más en la baraja del paso del tiempo, y que no siempre te elimina del juego aunque, inevitablemente, hay que reconocer que asusta el hecho de sufrir.
En cualquier caso, necesitaba esta reflexión casi más de lo que necesito ahora mismo un vaso de agua.
Y me gusta que nadie sepa de lo que hablo. Excepto vosotras, que la habéis inspirado.

domingo, 7 de febrero de 2010

Poca memoria


Me acusaban bastante a menudo de una falta de objetividad que, al parecer, es necesaria para ejercer el periodismo. Sobre todo, a la hora de abordar ciertos temas como pueden ser el fútbol o la política. Sin embargo, mi yo creo que es precisamente en estos terrenos en los que es necesaria la opinión, el tener clara una postura que nos lleve a todos a movilizarnos y a no ser objetos de manipulación y/o tendencias. Periodistas y no periodistas.
Mis ideas progresistas y sociales me han llevado a defender siempre a Zapatero pero claro, eso no significa que para mí su palabra sea divina y que no encuentre las taras en su oratoria persuasiva. Lo que quiero decir con esto es que creo que sí, que en los años de legislatura muchas veces el partido socialista se ha equivocado pero como lo hacemos todos. El hecho de que tardara casi 365 en reconocer que existía una verdadera crisis (porque no era una desaceleración en el crecimiento económico del PIB), que priorizara en la Seguridad Social las operaciones de cambio de sexo y no los servicios oftalmológicos o los tratamientos dentales, o el hecho de que ahora proponga subir la edad de jubilación a los 67, me parece que son puntos de inflexión en su Gobierno que le costarán las próximas elecciones. Aunque, sinceramente, en mi opinión sería injusto. Es decir: Zapatero ya se ha mostrado arrepentido por el uso del término “desaceleración”, lo de las operaciones de cambio de sexo es una opinión personal con la que muchos estarán de acuerdo y otros muchos no, y en cuanto a la edad de jubilación… el Gobierno sólo ha hecho una propuesta, que tendrá que pasar por el Parlamento y, en el caso de ser aprobada, seguramente los del PP se encargarán de que llegué hasta el Constitucional de alguna manera.
Pero pensemos que Zapatero en los últimos años ha tenido que trabajar en un ambiente de arenas movedizas: si ya puede resultar difícil gobernar en un país donde la oposición política está fundamentada en la crispación política y la difamación, lo último ya era una crisis económica a nivel mundial provocada, sobre todo, por la política del libre mercado que el señor Aznar exportara de los Estados Unidos cuando presumía de amistad fraternal con Bush. Entonces nos reímos de ver la imagen de los pies de Josemari sobre la mesa, sin pensar en las consecuencias… Pues aquí están, para los que soltaran alguna carcajada ignorante en su día y, acorde con el momento, se encendieran un habano para celebrar la situación tan próspera que vivían.
Lo que yo ahora propongo es que intentemos dejar de lado por un momento esos tres puntos determinantes en la legislación de Zapatero y en el resto de cosas que ha hecho durante su mandato. No me voy a poner a enumerarlas pero mi humilde opinión llega a la conclusión de que ha conseguido que la sociedad evolucione hacía una postura mucho más tolerante y progresiva, casi impensable años atrás. Esto se traduce en la introducción a la política española de reformas y leyes sociales, que por primera vez la ciudadanía notamos en nuestro día a día. Si esto no ha sido un buen acercamiento al Estado del Bienestar, que me digan los que ahora se quejan por qué hemos sido paradigma a imitar por muchos Estados europeos (con más tradición democrática) durante algo más de un lustro.
Creo que sería injusto que se castigara al PSOE en las urnas. Al fin y al cabo la crisis, el paro, los recortes presupuestarios, la subida de los aranceles,…, son consecuencia de la labor política con la que también se habrían encontrado los otros. Pero la ciudadanía solemos tener un problema que, en mi opinión, resulta maléfico si lo aplicamos a la Postmodernidad, y es la falta de memoria. Que yo recuerde no ha sido el señor Zapatero el que ha ido en contra de la opinión pública mayoritaria (y por una vez activa) y sin sondeo alguno nos ha metido en una guerra ilegal. Eso fueron los otros, “los malos”. Y sí, vuelvo a lo de siempre, vuelvo a la guerra de Iraq. Porque también parece que se nos ha olvidado que la dichosa guerra capitalista no sólo se cobró un montón de vidas civiles en el campo de batalla, sino también otras doscientas en la Estación de Atocha. Pero eso también se nos ha olvidado. ¡Qué mala cabeza!

jueves, 4 de febrero de 2010

Tontos


No sé en qué momento se impuso el físico a la inteligencia; tampoco sé cuándo se decidió cambiar los centros comerciales por las antiguas calles gremiales; ni la relaciones virtuales sustituyeron las charlas de café. Tampoco sé cuando se decidió mezclar el vino con la Coca-Cola, cuando el éxtasis robó protagonismo a María o a la absenta, ni cuando las discotecas desmitificaron el ritual de “ir al cine”.
Me gustaría ser más optimista con este mundo que me ha tocado vivir pero, sin embargo, cada vez más no puedo evitar sucumbir ante los errores que la ambición y la superficialidad está creando en nuestra sociedad. Hemos llegado a un punto demasiado preocupante, pero parecemos no darnos cuenta porque lo máximo que hacemos es auto convencernos con propósitos de enmienda y un ‘amén’ cuando apreciamos las calamidades de los que, aparentemente, no son nuestros semejantes. Pero, yo me pregunto, ¿de qué sirve tanto golpe de ‘yo pecador’ si, en realidad, es tan sólo hipocresía? Lo que quiero decir es que estoy cansada de las palabras y de esas buenas intenciones. Si algo necesito realmente es un poco de autenticidad, y no que no sea imprescindible ser lo que no somos. Es la única manera de enfrentarse a los continuos problemas y sobrepasar los baches que día a día se nos ponen en el camino.
La cultura de la telebasura, de la economía a escala planetaria, de las tetas postizas y la minifalda como única tesis doctoral comienza a sobre pasar los límites de lo vulgar y lo obsceno para convertirse, esta vez en serio, en algo ofensivo.
Hemos llegado a un punto en que criticamos tanto los fallos como las posibles conclusiones, en el que nuestros amigos ‘feos’ jamás atravesarán la barrera de amigos, en el que el n.s/n.c de las rubias podría servir para ganar el 50x15, en el que nos parece normal que los galácticos cuesten más que las estrellas mientras que el Cuarto Mundo cada vez pasa más hambre. Pero, claro, como yo no puedo cambiar el mundo, ¿para qué molestarme? Es, una vez más, la pescadilla que se muerde la cola.
Creo que para muchos este discurso ya resultará repetitivo, pero una se va haciendo mayor y se para a pensar en lo que ha hecho bien y ha hecho mal hasta ahora. Y, por primera vez, he prometido que antes de culpar a los demás me culparé a mí misma: quizá sea culpa mía estar sola, quizá sea la culpable de que el calentamiento global aumente por segundos, de que las ayudas humanitarias no lleguen nunca, de que las amenazas y las alertas se tomen a cachondeo, de que las multinacionales facturen anualmente el doble del presupuesto con el que cuenta el continente africano. ¿Y qué se supone que puedo hacer al respecto? Puedo escribir este blog, alzando la voz para quejarme y decir que me parece una vergüenza pero… ¿después? Después volveré a las redes sociales a hablar sobre los planes del fin de semana, mañana me iré tres horas al gimnasio y, por la noche, quedaré con alguna amiga para tomar un Vozka-Lemon mientras escuchamos la banda sonora de una generación que no merece ser llamada generación. Luego aplazaré todas las lecturas que me gustaría concluir este año, lamentaré no haber ido a aquella exposición por haber estado demasiado ocupada en El Corte Inglés haciendo las compras de Navidad, y me excusaré por no sacar ni un minuto para llamar a esos amigos con los que estoy a punto de perder el contacto. Y así pasarán los años de la misma manera que lo han hecho hasta ahora. Hasta que no me quede más remedio que yo fui una más; que yo también pasé, como todos los que conozco, por el mundo de puntillas sin preocuparme por otra cosa que no sea el contemplarme el ombligo.
Hoy no soy capaz de mirarme al espejo. Aunque, como se suele decir: “mal de muchos consuelo de tontos”.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Cumbre Europea


Desde que el pasado lunes Obama confesara su no asistencia a la cumbre de la UE, empiezan a ser pesados aquellos que dicen que Europa va, poco a poco, perdiendo peso planetario. Yo, como podéis imaginar, no soy de la misma opinión y soy más bien de la tesis de que Obama está aparcando relativamente (y esperemos que sólo de momento) la política exterior para solucionar los problemas internos de los EEUU. Que, la verdad, no son pocos. En cualquier caso, me parece una falacia bestial también culpar a Zapatero de esto (que bastante tiene con lo que tiene) y que algunos periodistas dijeran que, ahora que no vendrá el Presidente norteamericano, la cumbre se deberá cancelar. Dichos informadores parecen saber bastante poco de geografía y, menos aún, de política o sociología. Para mí, los baches por los que atraviesa la “comunidad” europea son lo suficientemente serios e importantes como para que se resuelvan, y también soy de la idea de que los trapos sucios se limpian en casa. Es decir, Europa ahora mismo fundamentalmente tiene dos problemas: por un lado tenemos la crisis económica de la que parece que tres países, todos miembros, no se recuperarán (Portugal, Grecia y España) y, por otro, tenemos la petición de Turquía para entrar en la Unión pero ésta no cumple los requisitos necesarios por varios motivos (entre ellos, la cuestión de Chipre).
Turquía para la sociedad global ocupa un peso importante, entre otras cosas por su tradición, sus recursos naturales y su posición geográfica, y creo que son los europeos, los “miembros del club”, los que deben hacer esfuerzos para decidir sobre su futuro valorando los pros, los contras y las posibles soluciones, ya que inevitablemente su entrada afecta a toda la Comunidad. Y lo mismo pasa con la crisis. Tenemos un Banco Europeo que actúa como controlador, asesor y consultor de las economías individuales de los distintos países, casi todos compartimos una misma moneda, y casi todos poseemos las mismas características en cuanto a las características, los parámetros y la naturaleza de las recesiones económicas surgidas durante la crisis. A lo mejor peco de optimista, pero creo que estamos preparados (y somos capaces) para afrontar estas cuestiones nosotros solitos.
La presencia de Obama, en cualquier caso, no sería más que tres cosas. Por un lado, un fantástico programa de RRPP para la sociedad mundial; en segundo lugar, un abanico de opiniones y, a lo sumo, consejos del presidente de la Potencia Mundial (pero, al fin y al cabo, una cosmovisión individual); y, por último, sería una experiencia positiva para él, teniendo en cuenta que la UE es la segunda fuerza global económica más importante del mundo tras EEUU, y más ahora que las relaciones entre estadounidenses y chinos se tambalean.
Pero yo, personalmente, pienso que en este continente tenemos la mala costumbre de tropezar dos veces con la misma piedra. Ya vivimos la dureza y la crudeza de las dictaduras pero, aún así, seguimos votando a líderes radicales como pueden ser Berlusconi o como el aún cojonero Aznar; ya otorgamos un exceso protagonismo al pasado Presidente de Estados Unidos e invadimos Iraq, lo que supuso exponernos a sangrientos atentados sufridos en nuestras principales capitales; ya conocemos la crudeza de las guerras y, aún así, aumentamos casi anualmente el número de soldados que enviamos a Afganistán. ¿Por qué no escarmentamos? Nadie ha asegurado que pertenecer a una sociedad global, que sucumbir ante una política planetaria sea la mejor opción para el Bienestar de cada uno de nosotros. Y si añadimos los rasgos característicos y bien diferentes de cada ciudadanía, el problema aún se hace más grave. ¿Por qué Veltroni no ganó las últimas elecciones en Italia? Porque sus discursos sustentaban un programa basado en lo que Zapatero había hecho en España, y no podemos olvidarnos de que las necesidades de unos no son para nada las necesidades de los otros. Por lo tanto, ¿cómo puedo convencerme de que los norteamericanos están en la capacidad de aportar, basándose en unos sólidos y metodológicos criterios, mis problemas? Y, sinceramente, creo que no vivimos el momento ideal para realizar experimentos…
En cualquier caso decir que sí, desgraciadamente Obama no viene pero no por ello se acaba el mundo y nuestras rutinas. Que nuestros representantes aporten, al menos por una vez, un poco de sentido común a los asuntos que nos afectan directamente. Y, a ser posible, también los periodistas. La verdad es que no nos vendría nada mal.