
Muy acertadamente, Público abría ayer su edición con el siguiente titular “Cientos de miles de millones para salvar bancos... y cada día mueren 17.000 niños por falta de alimentos”.
El pasado lunes comenzó en Roma la convención de la FAO, en la que nuevamente un grupo de políticos con dudosas buenas voluntades intentaría ponerse de acuerdo para acabar con la hambruna del Tercer Mundo. Me resulta paradigmático que el responsable de abrir dicho encuentro fuera Ratzinger aunque, por supuesto, esto es una apreciación personal pero que, sin embargo, explicaré.
No sé cuánta gente sabe que en 2004 (cuando Joseph Ratzinger era aún cardenal) se encontró con uno de los grandes filósofos del siglo XX, Habermas, para debatir sobre el binomio razón-religión. Hace unos dos o tres años pude acceder a ambos discursos, recogidos en un libro (“Dialéctica de la Secularización”). Como no quiero alargarme demasiado (aunque la lectura, lo que recuerdo de ella, invita a hacerlo) entraré directamente a la parte en la que el hoy Papa defiende la religión cristiana frente a la democracia laica sostenida por Habermas.
En un momento de su intervención, Ratzinger lanza una pregunta al auditorio: “(...) si el terrorismo se nutre también de fanatismo religioso –y lo hace-, ¿es la religión fuerza de curación y de salvación, o no será más bien un poder arcaico y peligroso que construye falsos universalismos induciendo a la intolerancia y al error? ¿No debería de ponerse la religión bajo tutela de la razón y dentro de unos límites adecuados?”. “Naturalmente”, termina respondiendo. Por lo tanto, yo no puedo evitar preguntarme ¿no es la evolución el máximo exponente de la razón? La Iglesia y los cristianos dirán que no, porque a ellos cuando escuchan “psicología evolutiva” parece salírles un sarpullido. Aunque parezca paradigmático, Ratzinger se atreve a separar razón y ciencia, para evitar tener así que dar explicaciones sobre teorías que su Institución ha defendido durante años y que hoy, gracias al discernimiento, se han revelado falsas. Pero esto parece ser la ley del embudo: “para mí lo ancho y para ti lo estrecho”. Es decir, que cuando me conviene hablo de razón y cuando no, reniego de esta.
De acuerdo que la razón del hombre ha llevado, entre otras cosas, a la creación de la bomba atómica pero... ¿la religión no ha promovido el fanatísmo? No me apetece hacer un balance de muertos y calcular cuántas personas sucumbieron en la explosión, por ejemplo, de la bomba de Hiroshima. De la misma manera que tampoco cuantificaré las víctimas del terrorismo islámico, de la Inquisición, del Ulser, de los Balcanes, de Oriente Medio, el nacionalismo religioso Sij, el latente conflicto en el Tibet, el conflicto en India, entre Israel y Palestinos, étcetera, étcetera, étcetera. ¿Cuál es, entonces, la diferencia entre razón y religión? La más grande (según mi humilde opinión) es que el raciocinio permite un rango de acción que la religión siempre ha negado: la libertad, la posibilidad de elección. Porque mientras los racionalistas defendemos una democracia laicísta (que, según el Diccionario de la Lengua Española significa: “Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto a cualquier organización o confesión religiosa”), que implica necesariamente autonomía del hombre para decidir alejado de cualquier tipo de credo, la religión (para la RAE: “conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimietos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto”) posiciona a un Ser Divino por encima de los hombres. Por lo tanto ¿cómo se puede pensar que la religión, cualquiera, podría salvaguardarnos de los conflictos (físicos, morales, éticos) si promueve una política jerárquica? Y, ante esto, es fácil de entender que mientras que los laicos defendamos el Derecho Positivo, los religionístas nos hablen de Derecho Natural. Hoy en día, como el mismo Ratzinger reconoce, ampararse en este tipo de Derecho es prácticamente una utopía. La mayor representación de éste serían los Derechos Humanos pero estamos habituados a comprobar que raramente se cumplen (si existieran verdaderamente los Derechos Humanos ¿por qué aún es necesaria una Cumbre Mundial contra el Hambre?).
El Papa dijo también en su discurso “no debe tener vigencia el derecho del más fuerte sino, más bien, la fuerza del derecho (...). La garantía de la participación en la formación del derecho y en la justa administración del poder es la razón esencial a favor de la democracia como la más adecuada de las formas de ordenamiento político”. ¡Exacto! Pero ¿entonces por qué la Iglesia no tolera la ley del aborto, se desespera ante una posible ley sobre la eutanasia, se posicionó en contra del matrimonio homosexual y se escandalizó en contra de la salida de la educación pública la asignatura de la religión? ¿Acaso esa gente afectada no forman parte de esa mayoría que tiene que formar el Derecho? ¿Acaso los Parlamentarios que aprueban las leyes no son elegidos democráticamente por la mayoría de los ciudadanos? Sí, claro que sí pero para los religiosos es difícil de reconocer la equiparación de los derechos y deberes que, les guste o no, deberían de afectar también a la Iglesia.
Termino recogiendo otra de las cuestiones que Ratzinger se planteó durante su debate con Habermas: “¿no deberían quizá circunscribirse recíprocamente la religión y la razón, mostrarse una a otra los respectivos límites y ayudarse a encontrar el camino?" Si de verdad el Papa lo cree así no entiendo por qué, hace ya algunos años, tuvo la desfachatez de ir a África y refutar el uso del preservativo. ¿Sabe Benedicto que el SIDA mata en África a más de 6000 personas al día? ¿6000 muertos al día no son una razón para profanar la religión?
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