sábado, 12 de diciembre de 2009

Perdones


La distancia que proporcionan no sólo los kilómetros, sino también el tiempo, ayuda a plantearse el (sin)sentido de algunos acontecimientos. Sin embargo, ojalá que quién inventara la bomba atómica se hubiera dedicado a investigar sobre la ‘Máquina del Olvido’ para que así, los días de nostalgia, fueran mucho más llevaderos.
Yo últimamente, la verdad, estoy en una recaída continua. En una falta de esperanza e ilusión que podría resultar preocupante teniendo en cuenta que cada día tenemos que levantarnos, y que cada jornada se compone de veinticuatro horas. Supongo que son periódos, etápas; como se dice en italia “stare su’ e stare giù”. Creo que en italiano todo suena mucho más bonito, aunque se diga lo mismo, ¿no les parece?
Tengo un amigo que dice que nací melancólica, y puede que tenga razón. Aunque no pretenda que me lo tome como un piropo, porque no creo que la melancolía haga bien a nadie. Y menos a mí, que per natura soy débil. Creo que por eso me gusta la ópera, porque mientras escucho el Tosca de Puccini me siento mucho más fuerte, y cuando cierro los ojos y dejo que me penetre la voz de la Callas en Carmen, me esfuerzo en creer que realmente la gente sí puede cambiar. Pero es mentira. ¿Cómo vamos a cambiar? Eso sería más que admitir que somos una especie a la que más que influenciarle las circunstancias, lo que hacen es cohibirla. Y me da miedo pensar que somos tan sociales como los políticos creen.
¿Por qué narices necesitamos los unos de los otros para sentirnos plenos? Es una chorrada, pero se ha convertido en un “porque sí” de esos que tanto odio. Como odio que se critique el Iluminismo como corriente elitísta y censurativa, como odio que se diga que los norteamericanos son los fundadores de la cultura postmoderna. Pero, más aún, odio que quiénes lo dicen no sepan lo que es el Postmodernismo, y ni siquiera hayan intentado leer el ensayo sobre David Lyon sobre la misma. ¿Ven? Esos son el tipo de comentarios que intento olvidar, pero no lo consigo.
Además, señores, yo tengo un defecto que me perturba porque, hasta ahora, hasta los años que tengo, yo lo había visto como una virtud. Me explicaré: acostumbro a ser no clara, sino cristalina. Decir lo que pienso y decirlo porque quiero, independientemente del reconocimiento y la aprobación social. Pero, últimamente, me va doliendo cada vez más el cómo se lo podrán tomar los otros, y la posibilidad de haber ofendido me hace daño. Por eso, suelo pedir disculpas aún si no debo. Y si pido disculpas por cortesía y no por arrepentimiento, me siento mal al cuadrado. Otra cosa inolvidable.
Sé que este post puede tener muy poco sentido. Como tampoco lo tiene que, hoy domingo, me haya levantado a las 8 de la mañana. Me haya tomado un café en mi taza de la Tate Moderm (que compré en Londres mientras estaba perdidamente enamorada de un calabrés), que me haya fumado un cigarrillo griego mientras escucho el Stabat Mater de Pergolesi y que esté dispuesta a irme al Thyssen no más tarde de las 10. Y pido perdón a los que piensen que soy idiota. Al igual que me disculpo sobre los post sobre Hermann Terscht. Eso sí, que dichas que de dichas disculpas se lean entre líneas. Ojalá resultaran aún más ofensivas que las críticas que me han hecho por pensar como pienso.

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